Cuidado con los cócteles
Abandonad toda esperanza, salmo 419º
Los clásicos de la literatura y el cine no envejecen. Por eso son clásicos. Y se puede volver a ellos una y otra vez no solo para releerlos o volverlos a ver, sino también para reescribirlos y remakearlos tantas veces como se quiera; el resultado ya dependerá del talento de los responsables de la adaptación. En el caso de los monstruos nacidos de la literatura y el cine, la puesta al día parece pasar necesariamente por el mestizaje de géneros y personajes. Esto no es un fenómeno nuevo: los estudios de la Universal ya se atrevieron a hacerlo en los años 30 con La zíngara y los monstruos, inaugurando así una serie de cócteles explosivos (que casi siempre les explotaban en las manos a sus propios artífices) que pasa por títulos como Una pandilla alucinante, Museo de cera o, ya en nuestra piel de toro, Drácula contra Frankenstein de Jesús Franco y Buenas noches señor monstruo a mayor gloria del grupo infantil Regaliz (sic), hasta llegar al reciente Monster Brawl, dirigido por un tal Jesse Thomas Cook y que se acaba de editar en DVD... pero que mejor no lo busquen no vaya a ser que lo encuentren. Sin lugar a dudas, una de las cintas más sonrojantes que he tenido el infortunio de ver, y sobre la que no pienso extenderme ni una línea más.
Como pueden ver, los antecedentes no son como para perseverar más en el asunto, pero en Hollywood siguen erre que erre y ahora han adaptado un cómic que no he tenido la suerte o la desgracia de leer y que revisita en clave postmoderna el clásico de Mary W. Shelley: en Yo, Frankenstein han resucitado dos siglos después a aquel Prometeo creado en un laboratorio a partir de trozos de cadáveres y, con los rasgos del eficiente Aaron Eckhart, lo han metido en medio de una guerra sin cuartel entre ángeles y demonios que ascienden al cielo o descienden al infierno en el momento en el que caen en el campo de batalla (o eso creí entender, pero tampoco importa demasiado). No soy precisamente un purista y estoy abierto a cualquier tipo de propuesta novedosa si se ejecuta con gracia y salero, pero en el caso de este film dirigido por Stuart Beattie la novedad brilla por su ausencia: parece que estemos viendo la enésima entrega de la saga Underworld, creada por los mismos productores y que se agotó ya en la primera entrega, con bastantes elementos saqueados de aquel otro mediocre cóctel de monstruos titulado Van Helsing; por si esto fuera poco, el devenir de la trama (por llamarla de alguna manera) degenera en una sucesión de secuencias sin sentido alguno que solo sirven como muestra de lo que son capaces los efectos especiales digitales, hasta sumir al espectador menos exigente en un estado que más que letargo parece coma clínico. En resumidas cuentas: un despropósito que llega a los cines con una cantidad de copias apabullante -Monster Brawl es igual de mala y mucho más cutre, pero por lo menos quedó relegada al circuito de videoclubs-, y que me parece no solo la peor película estrenada en lo que va de año o incluso de siglo, sino una de las peores del algo más de un siglo de edad que tiene ya este invento del cine. Y no lo digo a la ligera.
También por esta fusión de ingredientes apuesta la serie Penny Dreadful, primera aventura del director de Lo imposible, Juan Antonio Bayona, en la televisión estadounidense. En dicho serial, que protagonizan Josh Harnett, Eva Green y un recuperado Timothy Dalton, no faltan caballeros ingleses, pistoleros yanquis, brujas, vampiros y, vaya por dónde, un joven doctor Victor Frankenstein, todos ellos embarcados en una misión de la que poco puedo contarles porque no pasé del episodio piloto. Y no digo que no vaya a darle una nueva oportunidad un día de estos, pero es que uno ya empieza a estar un poco cansado de tanto homenaje vacuo y tanta referencia para iniciados que una vez superada la sorpresa inicial no resultan base suficiente para mantener en pie un relato que parece carecer de cualquier otro punto de interés.
Para que un cóctel de esta naturaleza tenga un sabor agradable, es necesario que el barman tenga el talento de alguien como Alan Moore, y en efecto si el punto de partida de Penny Dreadful les recordó a La liga de los hombres extraordinarios no iban muy desencaminados: aquel film decepcionante, que adaptaba un muy superior cómic del guionista de clásicos contemporáneos del noveno arte como Watchmen o V de Vendetta, es en buena medida la inspiración de muchos de los proyectos de cariz semejante con los que nos atormentan sin piedad desde el otro lado del Atlántico. Como remedio ante tanta banalidad, propongo volver al origen de todo: y no me refiero a las obras de Shelley, Lovecraft, Stevenson, Stoker, Verne o Wells (que también), sino a los cómics escritos por Moore y dibujados por Kevin ONeill. El último de ellos, el muy disfrutable Nemo: Corazón de hielo, cuenta el viaje al Polo Sur de una tripulación liderada por la hija del mítico capitán Nemo creado por Verne y miembro de la Liga de Caballeros Extraordinarios; un grupo donde no falta el marinero Ismael con cuyas míticas palabras Herman Melville daba inicio a su Moby Dick. Lo que una vez alcanzado el destino encontrarán estos expedicionarios es algo que no les revelaré aquí, pero la respuesta está en una célebre obra de uno de los autores citados en este párrafo, muchas veces revisitada y muchas veces también comentada por servidor en esta columna. Ahí lo dejo. Y en cuanto a Moore, la semana que viene more.
Monster Brawl está editada en DVD por Cameo; Yo, Frankenstein se proyecta en cines de toda España; Penny Dreadful se emite en canal Showtime; Nemo: Corazón de hielo está editado por Planeta de Agostini Comics.