Culebrones de verano
Se quejaba Andrés Leal la semana pasada de ciertas cosas que le son insoportables, lo cual me ha llevado a reflexionar sobre otros asuntos que me resultan incomprensibles e indignantes, pequeño desahogo que espero ustedes perdonen, que al fin y al cabo es la última columna antes de las vacaciones y uno está ya más que saturado.
Una de esas cosas son las propinas, auténtico quebradero de cabeza cuando uno abandona España y que desgraciadamente nos ha dado por importar. Concebidas como una recompensa voluntaria, con el tiempo han acabado siendo obligatorias (y hasta fijadas con porcentajes según el país y el negocio), lo que en mi caso siempre acarrea bronca, ya que directamente me niego a aflojar la pasta. Me explico. Cuando veo una camisa en un escaparate cuyo precio es 40 euros, no esperen que pague un céntimo de más si entro a comprarla, lo cual, trasladado a la carta de un restaurante en la que un entrecot vale 18 euros, me lleva a afirmar que va a pagar 20 su madre disfrazada de Elvis.
Oiga, que así se completa el sueldo de camareros y cocineros, que cobran una miseria me dirá algún entrometido concienciado. Y yo responderé que a mí qué me cuenta. Que le suelte los perros a quien paga sueldos de mierda. Que si para pagar sueldos dignos necesita poner el entrecot a 22 euros, lo haga, que yo soy un tío honrado y pago lo que me pidan, por lo cual me niego a crearme mala conciencia por culpa de un empresario cutre que no sabe tratar a sus empleados como seguro se merecen.
La otra cuestión, campeona con diferencia, son las bodas, que encima tienden a acumularse en verano inexplicablemente. Escribo estas líneas sufriendo la resaca de una despedida de soltero (que ésa es otra: las bodas no te roban una noche, sino dos), momento glorioso en que borrachos hasta las trancas se juntan 70 tíos (y tías, si la despedida es decente y no una horterada con bailarina de striptease fea o pollas de plástico en la frente) que no tienen nada más en común que unos amigos que se casan.
No obstante, haces de tripas corazón y superas la despedida y la resaca, y entonces es cuando recibes la tarjeta, que en un arranque de genialidad han bautizado como multa en la Vega Baja. Ahí llega lo bueno: ¿cuántos euros suelto? ¿Qué es lo normal? ¿60, 75, 100, 150 ? Afortunadamente, siempre hay alguien más puesto y te recuerda que los menús en tal sitio no bajan de 60 ó 70 euros, por lo que tú mismo, chaval. Y entonces pienso: si con 60 euros puedes cenar como un campeón en cualquiera de los restaurantes potentes de Villena, lo lógico es que si a un hostelero le llevas 300 ó 400 personas a cenar de golpe te haga un buen precio, ¿no? Pues no. Te clavan por un algo preparado el día anterior y recalentado esa misma tarde que remotamente recuerda al sabor que debería tener ese mismo plato preparado y servido como Dios manda, y para rematar la faena hay quienes terminan de hacer el agosto colándote garrafón en una presunta barra libre.
En cualquier caso, y para evitar malentendidos, conste por escrito que estas bodas (las más) son de las que te tocan las narices, pero hay otras, como la de Ana y Miguel, a las que uno va encantado, paga lo que se tercie y, por dejar, deja hasta propina en la barra libre (que es de las buenas), además de dos besotes por escrito que se tornarán reales cuando os dignéis a invitarme a un lingotazo en vuestra nueva casa, sinvergüenzas. Hasta el sábado. ¡Y que vivan los novios!