Cultura

Cultura política

Comentaba a los medios esta semana el concejal de Educación y Juventud, José Joaquín Oliva, que uno de los motivos que lo llevaban a comparecer ante ellos y ante la ciudad era evitar posibles versiones de los acontecimientos promovidas por mentes maliciosas. Ay, pensé yo al escucharlo, cómo me gustaría que aunque fueran esos los motivos el resto de la corporación actuara de igual modo. Cuántas incógnitas se despejarían, cuántos rifirrafes nos ahorraríamos, cuánta inquietud de gentes sencillas e ignorantes (no inversoras ni especuladoras) se evitaría. Los hechos atestiguan que no es así como son las cosas, auguran que tampoco lo serán. Todo parece concebido para habitar en el secretismo, todo parece concebido como un diamante que se deshace al recibir un rayo de sol.
Sufrimos, en cambio y para más inri, las comparecencias ante los medios de los grupos de la oposición, quienes vetados de las Juntas de Gobierno y de la gracia de la alcaldía para contar con suficientes miembros liberados, se afanan por realizar su trabajo: llevar un seguimiento del trabajo del Equipo de Gobierno. Y digo sufrimos porque bien por falta de datos, bien por falta de conocimiento de los procesos emprendidos o previstos, la oposición arriesga sus declaraciones siempre a favor de la réplica de quien sí sabe cómo y dónde está el asunto. La brecha abierta entre el grupo con mayoría absoluta y el resto hace avanzar las relaciones Gobernantes-Oposición-Ciudadanía hacia una extraña relación en la que imperan la desinformación y el hastío, la intranquilidad y la irritación. Una relación que crece abonando un terreno cada día más fértil para el rumor y el disparate.

En fin, queridas personas, les diré que era de Conchi Marco de quien quería hablar. De esa mujer, directora de uno de nuestros colegios, que comenzó una huelga de hambre para presionar a quien fuera responsable de la falta de personal en su centro escolar. La aventura, afortunadamente, no ha llegado muy lejos en el tiempo aunque ha llamado la atención a los medios provinciales –no sé si a alguno más–. Esta mujer, una mujer a fin de cuentas, que informada o no de los trámites, partidas presupuestarias o demás explicaciones ahora facilitadas por el concejal, tomó las riendas de una situación a su parecer injusta e insostenible y afrontó con valor la arriesgada misión que el deber le imponía hasta lograr su propósito.

El miércoles, al escuchar al concejal, me pareció entenderle que la directora había tomado con impaciencia su decisión. En cualquier caso lo que parece es que en cuestión de horas, días, el problema se ha solventado. Si es cierto que los agentes políticos se deben al bien de sus ciudadanas y ciudadanos, eso no sólo concierne al reparto de la peseta.

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