Dark Lolitas
Abandonad toda esperanza, salmo 626º
Coinciden ahora mismo en la cartelera dos películas protagonizadas por adolescentes, concretamente adolescentes de género femenino; y por tanto sendos retratos de esa etapa vital donde las hormonas andan más revolucionadas de lo habitual y la propia identidad reclama autodefinirse a marchas forzadas. Son dos cintas que merecen que les dedique unas líneas, y a la hora de titularlas me permito recurrir al maestro Angelo Badalamenti -la música juega un papel muy importante en el argumento de una de ellas, dicho sea de paso- y a su Dark Lolita, un excelente tema compuesto para la banda sonora de Corazón salvaje cuyo título me viene que ni al pelo.
Mientras que las tres películas anteriores de Rodrigo Cortés tenían toda la pinta de proyectos personales, Blackwood parece ser un encargo en toda regla: nada menos que de Stephenie Meyer, la autora de la saga Crepúsculo, que ha confiado ciegamente en el director gallego a la hora de producir esta adaptación al cine de la novela de Lois Duncan Down a Dark Hall; toda una precursora de la literatura young adult, de la que su serie de libros sobre vampiros adolescentes y brillantes forma parte. La crítica, que se rindió ante la espléndida Concursante y ese tour de force que fue Buried, y que incluso fue capaz de ver el interés de Luces rojas aunque no fuese una cinta tan redonda como sus precedentes, ha sido mucho menos benevolente con esta coproducción con Estados Unidos que protagoniza Uma Thurman y que está ambientada en una elitista escuela para jóvenes inadaptadas. En efecto, esta versión del libro que fue origen de adaptaciones apócrifas como Suspiria (pronto hablaremos del remake del film de Argento a cargo de Luca Guadagnino que ha puesto el hype por las nubes) satisface más en sus dos primeros tercios que en su deriva final; esto es, gusta más cuando gira en torno a promesas que cuando propone certidumbres. Y de cara a los espectadores más adult que young tampoco ayuda esa falta de fe en el respetable que ya se deja entrever en la cita inicial y particularmente en su subrayado, a propósito del papel que la inspiración de las musas acabará desempeñando en la trama; una cuestión que podría parecer meramente anecdótica pero que revela muy a las claras poca confianza en buena parte de su público potencial... lamentablemente, quizá con bastante razón. No obstante, el rigor exquisito de la caligrafía de su realizador sigue intacto; y que como él mismo ha manifestado no haya caído en los peores tics de directores como Guillermo del Toro o muy especialmente Tim Burton, cuando la ambientación de la historia se lo servía en bandeja, es muy de agradecer.
La protagonista de Purasangre, que se ha estrenado al mismo tiempo que Blackwood pero con bastante menos ruido mediático, está cortada con el mismo patrón que aquella; tanto es así que uno se puede llegar a preguntar si su director, el debutante Cory Finley, no será uno más de esa legión de jóvenes lectores que quedaron impresionados por el libro de Lois Duncan cuando lo leyeron de niños. Interpretada por la fascinante y turbadora Anya Taylor-Joy -a la que descubrimos en La bruja y que nos conquistó finalmente en Múltiple-, se trata también de una joven adolescente de clase acomodada que perdió a su padre y que parece odiar a su padrastro. Pero al contrario que la joven de Blackwood, en esta ocasión el odio es tal que se plantea la posibilidad de cometer un asesinato. Para ello, recurre como cómplice ideal a una antigua amiga del colegio a la que han diagnosticado una personalidad con rasgos esquizoides por su falta de capacidad para sentir cualquier tipo de emoción humana; una muchacha a la que encarna otra joven promesa, la Olivia Cooke de Yo, él y Raquel y Ready Player One, con una naturalidad escalofriante. Por supuesto, el menú de referencias está servido: que si estamos ante una versión teen de Las diabólicas, que si se trata de un remedo ficcional de Criaturas celestiales, que si es una puesta al día millennial del revindicable film de culto Heathers (Escuela de jóvenes asesinos por estos lares)... Un poco hay de todas ellas; pero al margen de que sea el film póstumo del tristemente malogrado Anton Yelchin -lo que si cabe todavía le confiere más mal rollo a la propuesta-, las interpretaciones de sus dos actrices protagonistas (ambas excelentes), unos diálogos espléndidos y muy especialmente la capacidad del libreto para ir más allá de la anécdota que plantea y proponer una reflexión sobre las relaciones humanas en general y sobre la amistad en particular le confieren personalidad propia y justifican que apuntemos el nombre de su guionista y director, que insultantemente todavía no ha alcanzado la treintena, en la nómina de cineastas del siglo XXI a seguir con suma atención. Una atención que, por cierto, Rodrigo Cortés no merece perder ni por un momento pese a lo que proclaman algunos críticos tiquismiquis que no dejan pasar ni una.
Blackwood y Purasangre se proyectan en cines de toda España.