Opinión

De bakalaero a costalero

Puede ser verdad. Puede ser que la soledad y el aislamiento hayan hecho de mí un hombre huraño y antisociable. Puede ser que el hecho de vivir durante tanto tiempo en Salvatierra haya hecho que me convierta en un ser despiadado y cruel a la vista de algunos sectores de la sociedad. Es cierto que, en ocasiones, me siento algo más triste de lo normal. Reconozco que a veces tengo menos ganas de reír que un empleado del Horno el Paso, pero eso es algo con lo que ya contaba cuando decidí volver a Villena. El caso es que todos mis esfuerzos por conseguir integrarme en la sociedad villenense han sido inútiles. No salir de nada, no saber las señas del truque y hablar de las fiestas sin demasiado entusiasmo han resultado un estigma demasiado profundo. Mis lectores saben que lo he intentado por todos los medios. Estoy seguro de que muchos recordarán todavía el episodio de estas Pascuas en el que fui a parar a un local de bakalaeros.
Todavía, de vez en cuando, el ácido de las tortas de gazpacho se me sube a la cabeza y me provoca horribles alucinaciones. Está claro que no me volverá a pasar. El caso es que, si me uní a aquel grupo, fue porque siempre había creído que un bacalaero era una persona que va mucho al Bacalao y que suele comer allí todos los días de menú. Eso es, cuando hablo del Bacalao me refiero al popular bar situado en la calle la Virgen. Eso es, el mismo bar del que te sacaron a rastras un día nueve de septiembre por la mañana durante la despedida de la Patrona, vestido de corsario; el mismo bar del que saliste como un torero de la plaza después de recibir una cornada mortal porque llevabas cuatro días sin dormir y , según los camareros, te habías pasado más de dos horas hablando con una tortilla de patatas y le estabas contando tu vida a una máquina tragaperras, porque era la única cosa en el mundo que te animaba a “avanzar” y te daba un poco de conversación.

El caso es que aquella confusión pudo costarme la vida. Tal vez al año que viene me haga costalero del Santísimo Cristo de la Caída, máxime viendo la profunda crisis que azota al sector. Menudo asunto. Y es que la escasez de costaleros hace que tal vez haya que replantearse de otra forma la Semana Santa. Tal vez, al igual que ocurriese con el servicio militar, haya que profesionalizar al costalero. ¿Cómo es posible que dentro de una sociedad que se presupone católica haya más gente dispuesta a portar en andas a la Mahoma que al mismísimo Cristo? Pienso, a mi modesto entender, que nos encontramos ante una confusión espiritual sin precedentes. No llego a comprender cómo es posible que la imagen de la Virgen de las Virtudes sea capaz de movilizar a más de quince o veinte mil personas durante la romería, que haya gente que se juegue la vida literalmente por llevarla y por tocar su manto, y que después, la imagen de su Hijo, en pleno sufrimiento, dejándose la vida por salvar a la humanidad, no congregue siquiera a una veintena de personas que lo quieran procesionar. La cuestión es más seria de lo que parece. El índice de costaleros en nuestra ciudad es casi tan bajo como el de montadores de tribuna homosexuales o el de socios del Villena C.F. Quien sabe si a partir de ahora se debería proceder al sistema de sorteo para designar quiénes han de portar los pasos y las imágenes. Al igual que sucede con las mesas electorales, la solución sería elegir un costalero y dos suplentes por puesto para garantizar la continuidad de nuestra Semana Santa. De este modo, se procedería a elaborar desde la Asociación de Cofradías un listado de costaleros entre todas las personas censadas en nuestra ciudad, quedando únicamente excluidas aquellas personas que lleven collarín, tengan problemas de cervicales y desviación de columna, hayan ido a la playa y tengan la espalda quemada, o no superen el metro cincuenta de estatura.

No se rían. Esto es tan sólo un aviso de lo que puede llegar a pasar un día con los faroleros o con las madrinas. Sabemos que cada vez son menos las personas dispuestas a encabezar las comparsas el día de la Retreta y menos las mujeres dispuestas a representarlas. Quien sabe, si algún día no recibirá usted en su correo una carta certificada que diga: “Ha sido designado como farolero titular de la comparsa de contrabandistas o, lo que es más increíble, como madrina suplente infantil del bando marroquí. Aunque sea hombre y supere los cincuenta años, no importa”. Quién sabe.

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