De ciegos y sordos
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ni mayor sordo que el que no quiere oír. Eso, ni más ni menos, es lo que está ocurriendo con la nueva televisión autonómica. Quienes la hacen están convencidos de que obran bien. Sin importarles demasiado la realidad que les circunda. Hablan de televisión de proximidad, de vertebración, se les llena la boca argumentando que ha vuelto la televisión que esperaban todos los valencianos y las valencianas.
Al otro lado está la calle, los destinatarios del medio público, que lo han recibido con indiferencia. Por el momento no se miden las audiencias. Pasará el verano achicharrante, arrancará la temporada de otoño, y mi pronóstico es que À Punt a duras penas logrará superar la audiencia de aquel invisible segundo canal autonómico, el que se llamó Punt 2. Qué casualidad.
Pero lo relevante no son las cifras, sino el fenómeno. Vuelvo al principio. Los hacedores del invento están tan felices con su puesta en marcha como ajenos a él los ciudadanos a quienes se dirige el servicio. Ni existe la menor intención de los de arriba en reconsiderar la situación, ni la más mínima curiosidad en la calle por sintonizar el nuevo canal y escudriñarlo.
Los de arriba no se quieren dar cuenta de que esa lengua que dicen sirve para unir, también separa. Y de qué manera. Basta con que se gestione torpemente. No disparen a mi dedo, por favor. Reflexionen. Consumo el nuevo canal autonómico con tanto provecho, distancia o implicación como lo vengo haciendo durante años con el catalán. Pero sé donde vivo. Y veo a demasiados ciegos y sordos. En Burjassot y lejos de allí.