De dioses y hombres
Abandonad toda esperanza, salmo 271º
Así se titula una película que está llamada a formar parte del ranking de lo mejor del presente año, y de la que no les hablaré hoy porque no viene al caso, pero cuyo título me viene ni que pintado, así soy yo, para comentarles otra que no estará en esa lista ni falta que le hace. Me refiero, claro, a ese Thor hecho carne por obra y gracia del marido de la Elsa Pataky, y que como aficionado a los cómics fui a ver el día del estreno con un fervor que podríamos tildar de religioso: no en vano el personaje supone la traslación de la mitología nórdica a la historieta popular.
Espectacular y entretenida, Thor sabe a poco. Y se debe a que no es una película en el sentido clásico del término, sino una pieza más de un engranaje monstruoso que empezó a construirse en películas anteriores y que dista mucho de estar terminado. Viéndola, uno tiene la sensación de estar contemplando un episodio piloto (eso sí, de más de dos horas y de una fastuosidad como no se suele ver en la tele) que se limita a presentar a los personajes, su universo y su conflicto primordial. Pero no espere el lector que durante años ha seguido las peripecias del Dios del Trueno, Odín, Loki y los guerreros Fandral, Volstagg, Hogun y Sif encontrar en el film toda la riqueza de matices del original creado por Stan Lee y Jack Kirby. De Balder no se han acordado. Por cierto, ¿se puede tener nombres más molones que estos?
Así pues, la película no es nada del otro mundo aunque muestre dos: Asgard (donde viven los dioses) y Midgard (la Tierra), manteniendo un equilibrio entre ambos no siempre fácil de conseguir. Este es uno de los mayores logros de la adaptación que firma Kenneth Branagh, y que dado el currículo de su realizador no se ha tardado en calificar de shakespeariana. Siempre me ha gustado el cine del británico: sobre todo aquel pastiche de Hitchcock y Welles, tan tramposo como rabiosamente entretenido, que fue Morir todavía; o su Hamlet, en donde la interpretación y la dirección supieron estar a la difícil altura del texto original íntegro. Pero mucho me temo que esa condición shakespeariana ya estaba en los tebeos de Marvel, y seguiría estando en el film aunque lo hubiese filmado Mariano Ozores.
Por lo tanto, Thor puede ser entendida como una lección apresurada y muy readers digest de mitología nórdica para torpes, tan efectiva como lo fue un tebeo de la distinguida competencia para enseñarnos el panteón de dioses griegos. Wonder Woman, heroína feminista inventada por William Moulton Marston -tomen nota, coleccionistas de anécdotas marcianas: también inventó el detector de mentiras, base del polígrafo actual-, vio cómo un experto en tomar creaciones ajenas para renovarlas partiendo desde cero como George Pérez la devolvía al Olimpo de los héroes de las viñetas en los años 80. La primera labor de Pérez, junto al veterano guionista Len Wein, consistió en redefinir el personaje y conseguir que funcionara tanto como heroína en la Tierra del Hombre -como llamaban las amazonas a nuestro mundo- como hija de los dioses en el monte Olimpo, que Pérez recrea como una suerte de revisión de los grabados de Piranesi pasados por el filtro de Escher. El resultado fue una indiscutible obra maestra del género, que actualizaba los mitos griegos... como acaba de hacer Peter Milligan, uno de mis guionistas favoritos, en Greek Street. Pero de eso ya hablaremos en un par de semanas.
Thor se proyecta en cines de toda España; Wonder Woman, de George Pérez está editado por Planeta de Agostini Comics.