Cultura

De Filippo a buen ritmo

Sorprende porque encontrar un buen montaje teatral, de esos que algunos llaman “teatro teatro”, no es cosa fácil, no vayan a pensar. Y cuando hablamos de un buen montaje teatral, como cuando hablamos de cualquier proceso artístico, venimos a referirnos a un producto que cumple con las reglas de unidad, armonía y coherencia (tómense dichas reglas tanto como para tener en cuenta como para ser trasgredidas). Y tales condiciones se nos aparecieron el sábado pasado en el espectáculo Filomena Marturano de Eduardo de Filippo. Y aunque la generosidad del público ante gestos y salidas de actores y actrices de gran reconocimiento, caso de Concha Velasco –o de un genial Alejandro Navamuel, uno de los protagonistas de series como Al salir de clase¬–, en esta ocasión no fue necesaria puesto que dieron la talla en su profesión.
En este caso, De Filippo nos ofrece un melodrama con un texto redondo, escrito al estilo clásico –con sus tres actos–, donde no faltan ningunos de los componentes que hacen que una obra vibre: humor, ternura, drama o situaciones rocambolescas; aún así el autor no permite que tales emociones valgan por sí mismas sino que las crea de forma que todas se complementan buscando un único objetivo. Se trata de un texto bien dirigido hacia un final que da sentido a todas las acciones, un texto donde se establece una defensa del ser humano sin prejuicios, apelando a la bondad, la tenacidad y los valores propios, no a los inculcados por el vicio social o el interés religioso. De hecho, todo el texto va encaminado a un discurso que se deja ver en la evolución de los personajes más que en sus palabras, un discurso que se aleja de fáciles –por lo agradecidas– soluciones románticas para centrarse en actitudes trascendentes en nuestras vidas. De Filippo consiguió en su época el rechazo de ciertas clases sociales, así como de la Iglesia, a causa de la pronunciación con este texto a favor de la persona frente a su condición, algo que debería halagar a cualquier gran artista.

Una iluminación bien resuelta, una monstruosa escenografía que conseguía con facilidad el efecto de cuarta pared, unas interpretaciones más que superadas –aunque “los mayores” dieron una lección a los más jóvenes intérpretes acerca de pronunciación y proyección de voz–, y un ritmo capaz de aligerar los parlamentos más extensos, consiguieron que el público olvidara la fascinación inicial que se dejaba entrever hacia la popular actriz y se introdujera en la trama propuesta. Un excelente trabajo en todos los sentidos que sitúa el nombre de Filomena Marturano junto a otros grandes nombres femeninos del mundo escénico, como Hedda Gabler o Santa Juana de los Mataderos.

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