Cartas al Director

De fueros y celdas

Esta semana de Difuntos se han repetido con insistencia dos palabras de cierta concomitancia semántica: cárcel y cementerio. Las dos suponen un lugar al que se acude a visitar a seres queridos que por distintos motivos, obvios, se encuentran privados de libertad.
Los primeros de forma temporal –qué crimen que sea así en algunos casos–, los segundos definitiva. La segunda siempre en continua ebullición, que esto es un no parar de morirse la gente –a quién se le ocurre–, de ricos y de pobres, de reyes y plebeyos; la primera también tiene su trajín, como diría aquel, pero con aires más humildes, con pisadas de alpargata más bien, que los mocasines rara vez han penetrado en habitáculo tan cerrado. Ya lo apuntó Neruda cuando profirió aquello de “El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”.

Cuando el desánimo se había instaurado en los cuerpos y almas que desfilan por nuestras calles, cuando la cita del Poeta parecía inamovible, algo parece haberse movido en ese engranaje oxidado. Un juez ha mandado a prisión a un leonés de los fieros y al número dos de la madre Esperanza y ha abierto, ¿por cuánto tiempo?, una puerta a la razón, ¿hasta que le cierren la carrera al juez? No lo sé. Lo que sí es seguro es que ya el pobre chivo que expía culpas entre rejas en nombre de sus colegas se estaba cansando de ser el único pavo sacrificado. Hagan hueco que se está abriendo la veda, que hasta han tenido que habilitar módulos enteros para alojar los huesos pesados de aquellos hartos de mariscadas, cacerías a nombre del constructor de turno o chalés a la orilla del mar. Qué olorcito más rico a salitre despiden los barrotes de la celda, uuummmmm. A ver si voy a estar soñando que esto huele a relato de ciencia ficción. ¿Será el último canto del cisne negro? No te precipites, me digo, que las alas se cortan rápido desde las altas esferas, y las togas vírgenes de los jueces se vuelven de color marrón oscuro –qué hedor– cuando los dioses mueven sus hilos. Tocará, entonces, ser cautos, que la historia está para leerla y la que hay escrita hasta ahora no es muy halagüeña en materia de justicia carcelaria. Porque, ¿cuánto tiempo dejarán esos diosecillos la puerta entreabierta para que pasen por ella los actores de este vodevil deluxe? ¿Por dónde paran los huesos perdidos de la reina de la canción patria, por ejemplo, o los de un tal duce del balonmano barcelonés y su princesa, por no hablar del clan cavernario de los Pujol o de todos los Acebes que pueblan nuestros bosques? Que yo sepa en los cementerios todavía no han recalado, ¿verdad? Será cuestión de contactar con Sherlock Holmes o mejor, con Moriarty, a ver si les siguen la pista.

Mientras tanto, solo podemos recomendar a los que ya duermen sobre jergón de paja en la soledad de una vela que lean un clásico de la literatura universal que en estas fechas cobra especial interés, el Don Juan Tenorio, para ver si así pueden visitar el cementerio el día de Difuntos y, como el protagonista, redimir sus pecados antes de pasar a engrosar uno de los círculos del Infierno. Y los demás, los españoles de a pie, esperaremos para poder comprobar si las celdas de Soto del Real se renuevan definitivamente dando paso a ladrones de paraíso fiscal o siguen pobladas, sin más, de presos de pan y contenedor. No tenemos prisa. ¿O sí?

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