De la que caga la gata
Ya advertimos que la memoria es selectiva y que suele atesorar las mieles antes que las hieles
Que esa imagen edulcorada del ferrobús como tren de plata iba a ser contestada, lo intuíamos. —Plata de la que caga la gata —nos han dicho. Y otro, aludiendo a su impertinente traqueteo nos ha recordado lo de "tiemblas más que un flan en el ferrobús". Ambos, abundando más en la queja denunciada por Vicente Valero en 1973 que lo retenido por nuestra benevolente memoria. Pero ya advertimos que la memoria es selectiva y que suele atesorar las mieles antes que las hieles.
Harold Pinter afirmó que "el pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas que recuerdas o pretendes que recuerdas". En nuestro caso, insistimos, lo que recordamos del ferrobús, lo que imaginamos que recordamos y lo que pretendemos recordar es grato. Erre que erre, el runrún evocador vuelve a salvarlo como tren de plata. Por las veces que nos llevó y nos trajo Villena-Alicante-Villena. Yendo a la playa, de asueto. O cuando los exámenes en el conservatorio Óscar Esplá. Y años más tarde, cuando la Universidad.
Cuando los exámenes de Música, en nutrido grupo, llegábamos a la terminal alicantina. Andando, camino del conservatorio, nos encarrilábamos por Maisonnave, avenida entonces menos urbana, más industrial. Porque lo propiamente urbano de la capital empezaba a partir de Galerías Preciados, hoy el Corte Inglés en la intersección con Federico Soto. Aquí bajábamos por Doctor Gadea a buscar la calle San Fernando y calle San Fernando andando, dejando a un lado la plaza Gabriel Miró, llegábamos al conservatorio. No sin el morbo que despierta en un niño los misterios del sexo.
En aquellos años, en la calle San Fernando, como en la plaza Gabriel Miró, donde también el soberbio edificio de Correos, había varios garitos de alterne. Lúgubres a nuestros ojos infantiles que no traspasaban aquellas puertas entreabiertas por las que asomaba alguna cortina tosca como la oscuridad de humos y luces rojas. Los ojos ni los pies traspasaban aquellos umbrales. Pero la imaginación… ¡El infierno!
En aquellos viajes en grupo nos acompañaba doña Lola Campos de Velasco, nuestra profesora de Música. No le dolía usar como complemento a su apellido aquella costumbre hoy desusada de añadir el del marido. Muchos debemos mucho a doña Lola. Por lo aprendido y porque en aquellos viajes, pasturando nuestros nervios, creo que calmaba, disimulando, los suyos. Cuando he acompañado a mis alumnos a la Selectividad me he acordado muchas veces de doña Lola. En aquellos exámenes nos jugábamos en un santiamén el trabajo de un año y… ¡Sonrisas y lágrimas! Sonrisas aprobando, lágrimas suspendiendo. Pero al cabo era un día feliz porque solíamos combinarlo con playa. Y alguna vez hasta con el buffet libre de Galerías Preciados que por infrecuente entonces nos parecía cosa excepcional.
Ferrobús ida y vuelta, fue cordón umbilical con nuestra capital. Y años más tarde con la Universidad. Aquí bajábamos en la estación de San Vicente del Raspeig, ciudad hoy hermosa pero entonces desolada, muy gris. Y un desierto también gris el recorrido andando hasta el campus. De aquella época no olvido un viaje de vuelta a Villena, coincidiendo con el profesor don Mariano Peñalver Simó que iba hacia Valencia.
Filósofo, era nuestro profesor de "Introducción al pensamiento histórico". Si sus clases eran magistrales, no menos los seminarios voluntarios en los que nutridos de lecturas seleccionadas nos invitaba a dialogar. En aquel viaje, coincidiendo, se interesó por nuestras inquietudes. Y coincidiendo, él también había estudiado algo de música. Pero esto, recuerdo entrañable de un viaje en el ferrobús, aquel tren de plata, es memoria de otra época, si no de oro también argentina. Tiempo al tiempo, Dios mediante, mieles frente a hieles, contaremos.