De Les Tropiques al Bar Carrasco
Abandonad toda esperanza, salmo 531º
Dos de las películas más interesantes que pueden verse ahora mismo en los cines tienen en común, además de que ambas son excelentes, el hecho de estar dirigidas por actores. Ahí acaba todo parecido entre ellas: una cuenta con el aval de estar escrita y dirigida por uno de los mayores genios vivos del séptimo arte, un artista que llegado el momento se cansó de ser un cómico de stand up que también escribía para otros colegas y se decidió a protagonizar, escribir y hasta dirigir sus propias películas. La otra supone el debut tras las cámaras de uno de los mejores actores jóvenes del cine español actual. Además, estéticamente tampoco pueden ser más distintas la una de la otra.
Café Society es el título que Woody Allen decidió darle al habitual Untitled Woody Allen Project que, fielmente, el cineasta neoyorquino nos ofrece prácticamente año tras año desde comienzos de los setenta. En esta ocasión, la número 46 ya de su filmografía, se aleja de los habituales relatos contemporáneos y -como en Días de radio, Balas sobre Broadway o Acordes y desacuerdos- viaja a la primera mitad del siglo XX; concretamente, a la década de los años 30, cuando Hollywood todavía ejercía de fábrica de los sueños de la población mundial antes de la llegada de la televisión a los hogares de medio planeta. A ese universo de glamur pero también de oropel es al que llega el protagonista de la historia, un joven que sueña con trabajar en la industria del cine y que encontrará allí a la que cree que es el amor de su vida: la secretaria de su tío, un magnate que le ayuda dándole un empleo en sus estudios. Pero como dijo Calderón, los sueños sueños son, y lo que prometía ser el inicio de una prometedora carrera en Hollywood y un romance de ensueño pronto se revela como un imposible: la vida da muchas vueltas, y en una película de Allen más, y el muchacho acaba regentando junto a su hermano mayor un club de baile, Les Tropiques, y casándose con otra mujer. Muchos críticos han destacado que Café Society es una de las películas más luminosas de su director; imagino que lo han dicho cegados por el rostro de una resplandeciente Kristen Stewart y la bellísima fotografía del maestro Vittorio Storaro. Porque hace tiempo que Woody Allen no concibe una comedia total -quizás la última sea Scoop, con una década ya a sus espaldas-, y este nuevo film no es ni mucho menos una excepción: su final, no exento de una cierta amargura, es bastante revelador al respecto.
Tampoco se caracteriza precisamente por su luminosidad, no hablemos ya de glamur, Tarde para la ira, película con la que el espléndido actor Raúl Arévalo se convierte también en uno de los directores más prometedores del panorama actual del cine español: el film entronca con ese nuevo cine negro patrio tan en boga últimamente desde la sorpresa de Celda 211 y la confirmación de La isla mínima -esta última protagonizada por el propio Arévalo-, y donde no faltan otros casos reseñables como la soberbia No habrá paz para los malvados, Grupo 7, El Niño, las recientes Cien años de perdón y Toro o las inminentes El hombre de las mil caras y Que Dios nos perdone. Si algo distingue la película que nos ocupa del resto de títulos citados es que aquí la importancia de las fuerzas de la ley es nimia, e incluso la presencia de los criminales (en este caso, un grupo de atracadores de medio pelo) también resulta secundaria: el guion de Arévalo y su colaborador David Pulido prescinde de todo lo accesorio e, inspirándose en el cine de Jacques Audiard y los hermanos Dardenne, así como en algunas producciones del malogrado Elías Querejeta (sobre todo las dirigidas por Carlos Saura), nos ofrece un relato de furia y venganza directo y descarnado (apenas dura la hora y media de rigor), sin renunciar por ello a algún que otro agradecible giro de guion, y que tiene a una tasca de barrio, el Bar Carrasco, como centro neurálgico del relato. Del resultado final, que plasma de forma soterrada la miseria en la que la crisis económica ha sumido a muchos ciudadanos del país, hay que destacar tanto el pulso del realizador (que quién diría que es un novato en estas lides) como el trabajo de los actores: al margen de unos magníficos secundarios (la única secuencia de Manolo Solo es para enmarcar), hay que mencionar especialmente a la pareja protagonista, Antonio de la Torre y Luis Callejo, que junto con la actriz Ruth Díaz (merecidamente premiada en Venecia por su labor), conforman un triángulo sentimental construido desde la contención y la fuerza de las miradas que convierte a Tarde para la ira en una de las películas más tensas del año. Y también en una que seguro estará en las listas de lo mejor de este 2016. Sobre Café Society, no lo tengo tan claro.
Café Society y Tarde para la ira se proyectan en cines de toda España.