Estación de Cercanías

De mentiras y mentirosos

¿Qué hemos hecho los españoles para merecer esto? Ésta es la pregunta que me hago cada noche cuando dispongo de unos minutos para permitirme no hacer nada y me siento delante del televisor, con la única intención de desconectar del trabajo diario y poder dar merecido descanso a la mente, pero eso, en España, hoy por hoy y sin televisión de pago, es misión imposible.
Sólo se me ocurre que alguna culpa o pecado debemos tener pendiente de redención los habitantes de la piel de toro ante el organismo pertinente, para tener que soportar el asqueroso menú de programación que nos ofrecen las diferentes cadenas, en las que muerte, sangre y violencia cohabitan con películas desgastadas, series surrealistas de sello nacional y cortes publicitarios interminables.

Puedo llamarme dichosa al tener que purgar mis culpas solamente durante la noche. El resto de horas de emisión –con excepción de los informativos y algún honroso programa serio que nos ofrece La 2– es todavía peor. Las mañanas son de fulanita o sotanita, con un contenido idéntico, tan solo diferenciado por la conductora del programa y los famosillos de 21 días (como los pollitos), que han conseguido fichar a modo de periodistas o tertulianos, los cuales, además de ejercer como tales, se consideran alguien importante por el lugar que ocupan. Y lo que es peor. Hacen creer a los telesufridores que realmente lo son. Sírvanme como ejemplo los finos modales de Belén Esteban, doctorada en “Tener hijos con un famoso”, o la súper delicadeza de Rociíto, con su diplomatura en “Ser hijo de famoso y aprovecharlo”.

Pero el meollo de todo esto, lo que me hace reflexionar al respecto, es el hecho de que programas titulados “Aquí hay tomate”, “Tómbola” “Corazón, Corazón”, “Salsa Rosa”… y alguno que seguro me dejo olvidado, sean programas con grandes niveles de audiencia y por lo tanto capaces de permanecer en antena durante mucho tiempo al contar con una importante legión de seguidores, cuando está sobradamente demostrado y denunciando por las mismas cadenas que los ofrecen (esto sí que es bueno) que su contenido es falso en un alto porcentaje.

Sus protagonistas son aprendices de actores que, con el único fin de sacarse un dinerillo extra, hacer que su nombre se escuche por unos cuantos días y “vivir del cuento” una temporada, no tienen reparos en interpretar falsas situaciones para llenarse los bolsillos. La venta de lo inexistente tiene un nombre, que es estafa, y que en consecuencia convierte a sus promotores en estafadores. Pero gusta. Gusta la mentira. Y se permite la estafa. Interesan de un modo escandaloso los romances, cuernos, hijos, viajes, divorcios y reconciliaciones –por muy falsos que estos sean– de una cuadrilla de afines que han hecho del timo pagado e impune a las leyes su “modus vivendi”, llenando de basura semanalmente los kioscos y las ondas.

Vertidos de porquería que contaminan y ensucian nuestra sociedad y su visión de lo real, puesto que nada aportan de interesante, ni de culto, ni de enriquecedor. Vidas de ficción o para un selecto grupo, que muchos, en su afán por imitar, desplazan a su entorno más cercano, viendo fantasmas donde no los hay, llenando de alucinaciones las tertulias de café para ofrendar a sus amistades con rumores de gente conocida o no (eso no importa), que nada tienen de ciertos, sin pararse a pensar, ni por un momento, el daño que pueden hacer a quienes los sufren, ni las consecuencias que pueden acarrear, pero de este modo, igual que en la tele, llenan horas de mentiras y fantasía. En definitiva, un “tocomocho” en versión moderna altamente nocivo para la sociedad.

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