Debería ser posible reducir el periodo de vida infantil a tres años
Es este un momento singular en el progreso de la humanidad. Disponemos de ciencias y tecnologías ampliamente desarrolladas, que abren ante nosotros la posibilidad de llevar la vida humana hasta lugares inconcebibles hace solo unos años. Pero también es un momento de grandes incertidumbres económicas y sociales, que requiere que pongamos toda nuestra sabiduría e inteligencia al servicio del bien general.
Con este objetivo fue creada nuestra organización: El Instituto Internacional De Vida Futura Integral. En ella trabajamos duramente para crear una nueva sociedad más eficiente y equilibrada. Yo tengo el honor y la gran suerte de trabajar en el Departamento de Reducción Vital, dedicado a investigar cómo acortar esa fase biológica básica que normalmente llamamos infancia. (El horizonte ideal de su eliminación, tenemos que reconocerlo, todavía parece lejano.) Después de arduos estudios y acalorados debates, se consensuó mayoritariamente que hoy día los niños son elementos frágiles y perturbadores, necesitan un gran gasto y atención, y no contribuyen a los grandes procesos, salvo como proveedores de futuros adultos. Obviamente, es un inconveniente tener que esperar más de veinte años para que puedan servir al bien general. Tras complejos cálculos científicos se estableció que debería ser posible reducir el periodo de vida infantil a tres años, tras los cuales los llamados niños deberían ser ya adultos para poder contribuir a la sociedad de manera activa y responsable. Para conseguirlo, y tras separarlos de la madre biológica nada más nacer, les sometemos a tres líneas básicas de actuación. La primera es la mejora física. Tratamos de que los niños desarrollen cuanto antes las funciones motrices necesarias para ser independientes, inyectándoles somatotropina, cipionato, enantato, nandrolona, oximetolona, estanozolol y, en general, todos aquellos compuestos que en combinaciones y cantidades exponenciales al infinito generan reacciones extremas en el metabolismo. Hasta ahora hemos conseguido que a los cuatro años tengan vello abundante en el 95% de sus robustos cuerpecitos, elaboren su propia cerveza y pirateen la televisión por satélite, pero todavía estamos lejos de los resultados deseados. La segunda línea de actuación es la mejora intelectual. Estimulamos sus pequeños cerebros con proyecciones interminables de documentales de todo tipo y de entrevistas a famosos y peluqueros. Ya recitan llorando la tabla periódica de los elementos químicos cuando tienen hambre, o berrean el nombre de Kim Jong-Il cuando quieren hacer caquita, síntomas que consideramos altamente positivos. Y la tercera vía de actuación es la mejora emocional. Todo nuestro equipo científico trabaja disfrazado de Director General de Recursos Humanos para que los niños establezcan lazos sentimentales verdaderamente útiles para su futuro, y les obligamos a llamar Papá al margen de beneficios y Mamá a los incentivos por productividad. Estamos consiguiendo grandes avances con estos procedimientos, y es muy tierno ver cómo se duermen abrazados a sus portafolios de piel de cocodrilo grabados con nombres de grandes empresas mientras escuchan nanas Pro Fusiones Bancarias en su iPhone. Incluso, en algunos momentos que nos hacen esperar las mejores perspectivas de nuestro trabajo, algún niño de apenas unos meses nos sorprende con un Habría Que Matar A Estos Malditos Mocosos Inútiles cuando contempla a los recién nacidos, tan blandos y disfuncionales como un poeta, un oso de peluche o un abrazo asexuado. Sí, un futuro sin errores improductivos todavía es posible