Decidí crear una empresa revolucionaria y ayudar a los pobres desempleados
Soy de la opinión de que los que hemos sido favorecidos por la fortuna debemos agradecer nuestra buena suerte haciendo todo lo posible por contribuir al bien general, y especialmente en esta época de crisis y angustioso paro. Por lo tanto yo, como persona sensible y privilegiada con una riqueza obscenamente cuantiosa, decidí hace un año crear una empresa revolucionaria que fuera un ejemplo para todos aquellos que disponen de cantidades mareantes de dinero excedente y desean ayudar a la pobre gente desempleada.
[Empieza a doblar las esquinas de un billete de quinientos euros sobre su enorme mesa de despacho de nogal.] Es cierto que gracias a la legislación laboral y a las herramientas financieras y administrativas cada euro invertido me reporta una larga lista de beneficios fiscales y económicos con los que no le voy a aburrir, pero más adelante reconocerá que todo eso resulta anecdótico frente a los nobles objetivos de mi empresa. Eso sí, sabía que para que tuviera éxito debía reclutar a los más preparados pero también los más necesitados, de modo que realicé un trabajo de selección exhaustivo y cuidadoso que, no se lo voy a negar, incluía diversas pruebas que a veces rozaban la humillación. [Refuerza algunos pliegues del billete presionándolos con la uña de su pulgar derecho contra la mesa.] Por ahora la empresa dispone de dos departamentos: mirar escaparates y mirar televisión. En el primero se ha recreado un centro comercial con más de dos mil comercios ficticios que en realidad solamente disponen de escaparates. El trabajo de los empleados consiste en pasear por él durante ocho horas mirando esos escaparates sin la posibilidad de comprar, y se les valora la actitud en la mirada, la cadencia del paso, el sincero interés al pasar una y otra vez por el mismo escaparate, etcétera. En el segundo departamento se han habilitado cientos de salas individuales o cubículos recreando pequeños y sucios salones de viviendas sociales del extrarradio, y la labor de los empleados radica en pasar ocho horas en ellos mirando todos aquellos programas de televisión con los mayores índices de audiencia diarios. En este caso se les valoran sus muestras de empatía hacia tertulianos afligidos y/o falderos, vulgares celebridades inútiles, histéricos y guiñolescos políticos, etcétera, y especialmente sus iniciativas para realizar llamadas en directo o enviar mensajes de texto ridículos o banales. Y pronto se inaugurarán los nuevos departamentos de mirar por la ventana y mirar el techo. [Realiza el último pliegue con sobreactuado esmero.] Mi noble objetivo, como ya habrá intuido, es proporcionarles a mis empleados, además de un salario básico durante unos meses, las habilidades necesarias para sobrellevar la vida diaria cuando se les vuelva a despedir, ya que mi intención es sustituirlos periódicamente para que también otros puedan aprovecharse de la benéfica filosofía de la empresa. [Lanza al aire el billete en forma de avión, que después de un tosco giro va a caer en la papelera.] Es curioso, los psicólogos han detectado que al cabo de unas semanas mis trabajadores empiezan a emitir señales contradictorias: Fuera del trabajo, en su merecido pero escaso tiempo libre, se dedican a hacer lo mismo que en la empresa, pero con actitud cansada y meditabunda; no sé, supongo que es demasiado buena suerte para que puedan asimilarla en tan poco tiempo.