Del paro al ocio
En 1983 Lluís Racionero recibía el Premio Anagrama de Ensayo por su obra "Del paro al ocio", una reflexión sugerente al plantear la posibilidad de una sociedad en la que se trabajara menos y se disfrutara más. Una sociedad en la que, como solemos decir, se trabajara para vivir y no tanto se viviera para trabajar. La posibilidad de esa vuelta al Paraíso, indultados de la condena genesíaca de la fatiga y del sudor para el logro del pan con la que se nos penó por haber comido del árbol prohibido, se justificaba al considerar que el progreso tecnológico suplía al ser humano en el trabajo.
El ensayo nos pilló en aquellos años de universidad en los que tantos horizontes creíamos abiertos. Leyéndolo imaginábamos un futuro aliviado entregándonos a nuestro trabajo sí, pero también y mucho a tareas de deleite que nos humanizaran, actividades que entonces ocupaban nuestro ocio: la música, la literatura, la compañía... Un mundo feliz donde cada cual emplearía su mucho tiempo libre en aquello que más le gustara. Creciendo en humanidades. Nos parecía absurdo, como planteaba Racionero, obsesionarse con el pleno empleo al tiempo que buscábamos en las máquinas mayor eficiencia. La productividad de los robots nos permitiría generar riqueza sin esfuerzo de esclavos. Eso habían previsto las perspectivas.
En la década de los sesenta, viviendo el mundo capitalista su esplendor de época dorada, y cuando en Europa el empleo era prácticamente pleno, también se aventuraba ese porvenir estupendo. La revista "Alameda" dirigida por José María Javierre se ocupó en varias ocasiones del reto de un futuro donde el trabajo iba a ser mínimo. En diciembre de 1965, en la sección "Aquí, Alameda, dígame", respondiendo a la pregunta de un lector sobre qué nos esperaba para el año dos mil, la publicación aludía no sin cierta ironía por considerarlas excesivamente halagüeñas a las previsiones de David Sarnoff. El empresario advertía, entre otros cambios, que los ciudadanos trabajarían sólo dos horas al día.
Pero la misma revista, en febrero de 1966, en un reportaje firmado por Javier Rubio, titulado "La humanidad hacia metas escalofriantes. ¿Cómo viviremos dentro de cincuenta años?", volvía sobre el desafío del ocio en el futuro. Un futuro con menos trabajo: cuarenta semanas de trabajo y doce de ocio. "Los descubrimientos y la automación nos preparan un porvenir cómodo y fácil, tanto que el problema será no aburrirse, pero para eso estarán las conquistas espaciales, el máximo deporte de una época en que el deporte será el rey." El escritor, reconociendo que uno de los problemas futuros del hombre sería "liberarse del ocio enervante", se hacía eco de las afirmaciones del periodista francés Georges Houndin: "Trabajaremos menos, quizás nada, sin embargo se nos pagará lo mismo a fin de que podamos comprar y consumir las mercancías producidas por máquinas automáticas." Y a pesar de un menor optimismo, Rubio no dejaba de reconocer "la expresión como meta aproximada de un futuro en que los hombres trabajarán menos, ganarán más por la justa distribución de los aumentados bienes de consumo, y por consiguiente vivirán mucho mejor que ahora." Finalmente, también en "Alameda", en agosto de 1966, en un artículo titulado "Una riqueza inesperada. El ocio", Manuel Gómez Ortiz reconocía que "la industria, cada vez con máquinas más perfeccionadas y más eficaces permite que sus obreros, en las naciones desarrolladas, trabajen menos horas, quedándole mucho más tiempo libre que años atrás."
Pero para la conquista del ideal, Racionero nos indicaba la necesidad de un cambio de valores. Y esto no ha sido. De ahí nuestro más pocos ricos, más muchos con hambre y más esclavos. Para matarnos.