Delitos, faltas, utopías y otros adoquines
Parece que en nuestro pueblo a la gente le ha dado ahora por arrancar y sustraer el pavimento urbano con intenciones reprobables. La maldad, puede ser una. La otra, la picaresca para simular caídas con las que sacarle los colores al ayuntamiento y el beneficio económico al premeditado percance. Pero yo creo que la razón real, el verdadero trasfondo es más revolucionario. La gente está buscando la arena de playa, como en el Mayo francés. Además, no olvidemos que Villena, como reza su eslogan de marca, es mediterránea. ¡Vaya utopía!
Con este artículo no pretendo tirar la piedra y esconder la mano. Supongo que tampoco era esa la intención de la concejala de Obras con sus recientes declaraciones a los medios. Sin pruebas contundentes se puede juzgar, pero nunca condenar. Por eso se pide la colaboración, es decir, la actuación cómplice de la ciudadanía para identificar a los responsables de los supuestos robos, a modo de patrulla policial a la caza y captura de los ladrones de adoquines. Así, me temo, se corre el riesgo de convertir el deseable civismo en insano cinismo, más propio de regímenes totalitarios y dictatoriales.
Cosa muy diferente es que la ciudadanía se comprometa a defender activamente el patrimonio colectivo, notificando los desperfectos para preservar su municipio en las mejores condiciones. En una sociedad democrática uno no puede hacer lo que se le antoje como, por ejemplo, destrozar los bienes públicos que son propiedad de todos. Pero el consistorio tampoco puede incitar a que la calle se transforme en terreno propicio para la delación.
Más allá de las leyes que nos mandan y obligan, están las más básicas reglas de convivencia que libremente hemos asumido y compartimos como un bien común, de todos y para todos. Pues sigamos desempeñando nuestro papel como ciudadanos responsables y administrados exigentes. No transgredamos las normas no escritas que condicionan el villenerismo y dediquemos nuestros esfuerzos a educar en valores éticos y de respeto a la sociedad a la que pertenecemos, a la comunidad de la que somos miembros.
Los poderes políticos, por su parte, deben garantizar sin excusas que con nuestros impuestos se conservan en las mejores condiciones los equipamientos y los servicios públicos. A ver si la gravedad del problema no va ser que los gamberros quiten un adoquín, sino que empecemos a cuestionarnos el funcionamiento del sistema. Y para eso no hace falta ser un ácrata o un peligroso anarquista. Solo un vecino o una vecina con plena conciencia. Manos a la obra