Cartas al Director

Déme usted fuego (Artículo de opinión)

Diecisiete infartos y cuatro paraplejías me provocó el enterarme de que este año el día 7 de septiembre no se disparan desde el Castillo los fuegos artificiales. Bien sopesada la cosa es de agradecer, pues siendo así nuestras queridas cervicales se verán beneficiadas y no nos dolerán de tanto levantar la cabeza para ver tan gratificante evento.
Como era de esperar, nada más escucharse por Radio Macuto el aterrador notición cundió el pánico entre aquellos cuyo gran empeño es el de aparentar, aunque sea por unos días, lo que no son ni sienten. Empezaron entonces a mesarse ferozmente los cabellos (si en la cabeza no quedan, los del pecho también valen), argumentando de inmediato razonamientos variopintos.

Opiniones respetables según se mire. Por una parte sí, por otra, pues no. Porque, vamos a ver, ¿en cuánto palia el despilfarro económico que supone esto, del cual sólo se alegra el pirotécnico, la enorme mortandad por inanición y demás que, por desgracia, tanto abunda? (Solamente en Somalia por una fuerte sequía murieron de hambre, grosso modo, 260.000 seres humanos. Mientras, siguen existiendo individuos que no se pueden ver la casporra porque la barriga lo impide. Molt be, chiquets.)

Como hay, y habrá, gente cuya mayor preocupación (quitando acaparar a toda costa) consiste en lograr que las puñeteras tradiciones continúen siendo eso, puñeteras. A los que entre pared y pared del estómago no les cabe ni una cuchilla de afeitar chafá solo les queda el triste consuelo de heredar un día la Tierra. Circunstancia que se está empezando a cumplir, pues prácticamente los pobres han heredado un tercio o más. Eso a estos les importa un bledo, claro está.

Si en lugar de tradicionar el hecho del explote de un castillico, sea donde fuere lanzado, se convirtiese el alimentar al hambriento también en tradición, esta gran mierda olería menos. Digo yo.

Y como ha sido ejercido mi derecho fundamental al pataleo con la certeza de que va a servir para absolutamente nada, este tonto del pueblo se va de naja.

Lo dicho, yo también heredé en su momento tierra, me la dejó mi padre en el cementerio. Hasta más ver, pues.

Fdo. Tony Piojo

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