Demos ejemplo
Con profundo disgusto y, sobre todo, con un irreprimible sentimiento de impotencia, estamos viendo día a día cómo las dos Españas de siempre, una vez más, aparecen enfrentadas con la misma saña de antaño, el mismo rencor de antaño, el mismo rencor e idénticas formas y manifestaciones. Y con las mismas responsabilidades de cada uno de nuestros políticos, a los cuales les importa poco; ya que deben pensar que los que van a sufrir de nuevo no van a ser ellos. Pues en caso de enfrentamientos, ellos y sus familias estarán bien resguardados de las desgracias personales. Pero, ¿y nosotros?... Pero, a fe, que la están liando.
Si por algo se caracteriza nuestra demencial historia moderna es, como se sabe, por la tendencia a polarizar los conflictos, dificultando al máximo la solución racional de los mismos e impidiendo fórmulas de equilibrio. El hecho de que todo nuestro siglo XIX y parte del XX sean una guerra civil declarada o encubierta, con su secuela de odios y represiones, es un ejemplo abrumador de esta pugna incesante entre conservadores e innovadores, absolutistas y liberales, autoritarios y demócratas, nostálgicos y progresistas, derecha e izquierda, etc.
Decir que aquí todos se han soltado el pelo desde las primeras elecciones generales de nuestra democracia, no puede ser más verdad. Que el Gobierno de Zapatero está actuando en determinado asuntos con una precipitación digna de análisis, es tan cierto como que la derecha opositora, con su tridente montaraz, está llevando las cosas a terrenos escabrosos que no pueden por menos que recordarnos tiempos pretéritos que todos, o casi todos, creíamos definitivamente superados. Lo que vemos a diario es puro cerrilismo de gravísimas consecuencias para nuestra convivencia e ideal para todos aquellos que aspiran a separarse de España, so pretexto, entre otras cosas, de que este país no tiene remedio. Y, por si falta algo, ahí tenemos a gran parte de los obispos atizando las brasas y exacerbando los ánimos con los temas sexuales (espero no morirme sin que me expliquen lo de esa obsesión, y esa escasa sensibilidad con asuntos tan trascendentes como la pobreza, el hambre, la explotación, la guerra, etc.). Nos guste o no, el tema de la homosexualidad, requería una solución digna y justa tras tantos años de marginación y rechazo. Nos guste o no la solución adoptada, con el dichoso término matrimonio se ha llegado a una resolución democrática, tomada en el Parlamento por los representantes del Pueblo, o sea, de los que hemos votado. ¿A qué entonces también esa guerra, Sr. Rouco Valera? ¿O es que sólo cree usted en la democracia cuando la derecha tiene mayoría absoluta? Debemos pensar por qué cada vez son menos los que se confiesan católicos y, sin embargo, desde Roma los toleran y los respetan.
Lo que sin duda se impone de una solemne vez es la cordura. Como tantas y tantas veces ha ocurrido en nuestra historia, hacemos batallas de simples escaramuzas, vemos montañas donde tan solo hay simples torpezas, y olvidamos lo esencial, lo realmente preocupante, lo que debería mantenernos en vilo sin cesar: la pobreza, la injusticia social (que hay cada día mucha más), el deterioro del ambiente, el terrorismo, los nacionalismos periféricos que amenazan sin cesar nuestra unidad; sin olvidar la reciente crisis europea que tan nefasta puede resultar para nuestros intereses.
Pensemos que los que no hemos vivido esa horrorosa guerra civil no queremos repetir ese mismo error de las terribles secuelas de 40 años de dictadura. Creo que se lo debemos a nuestros abuelos, padres, etc. Que lo que nos han enseñado con su ejemplo tan elemental es saber convivir, respetar aunque ello no implique amar al prójimo, tolerar las ideas, aunque no se compartan, aceptar los criterios de la mayoría. En consecuencia, opino que unas semanas de asueto pueden resultar altamente beneficiosas para calmar los ánimos, sopesar actitudes y aplacar la crispación, incluida la de esos llamados a gobernarnos (incluidos los políticos de nuestra ciudad) que lanzan a diestro y siniestro balas de fogueo, con tal de salvar su razón, que no su dignidad.
Fdo.: Luis Soria Navarro