Hay guerras en las que muchos países se posicionan claramente frente al invasor, le señalan como único culpable del conflicto y tratan de debilitarlo por todos los medios para impedir que masacre, con su fuerza superior, al pueblo agredido.
Hay otras guerras en las que esos mismos países hacen justamente lo contrario y se unen a las fuerzas agresoras con los razonamientos más rebuscados y perversos.
Todas tienen las mismas consecuencias, la muerte de los inocentes, la pobreza, el hambre y la miseria de la gente sencilla y trabajadora y una siembra de odio que perdurará en el tiempo para mantener viva la llama que encenderá la hoguera de la próxima guerra.
Cuando acaban las guerras –las justas, las injustas, las que bendice el cielo y las que alaba el diablo–, se reparte el botín en los despachos de los estraperlistas de la vida, del trigo, del petróleo, del oro, del gas y de la soja, del mineral preciado y el que está por tasarse, de la tala de bosques, del acero, de las armas y el agua, del sol… del aire.
Al final de la guerra los yates de los ricos son más grandes, se construyen mansiones con más cuartos de aseo, se cobran comisiones y estipendios por todas las estatuas a los héroes caídos, derechos de autoría por los himnos, suben los precios de las estampaciones de todas las banderas, los mercados engordan como cerdos cebados y todos los vampiros que azuzaron al hombre contra el hombre brindan con sangre ajena en sus fiestas privadas.
Nos estamos muriendo de miedo y cobardía, de la incapacidad de construir una casa común que nos cobije a todos.
Hace ya tanto tiempo que somos moribundos que ya no recordamos si alguna vez vivimos. Si estuvimos despiertos, vigilantes, si conservamos viva la memoria para no repetir los mismos pasos, el sendero que siempre nos conduce a ese despeñadero de las bombas al que nos dirigimos detrás de la fanfarria de los locos, en vez de desertar de sus delirios y vivir mansamente entre los otros.
Yo ya no necesito que nadie me dispare. He perdido otra guerra.
Por: Felipe Navarro
Está usted equivocado, según mi modo de ver.
Ninguna guerra es justa, ni está bendecida por el cielo. Todas, ¡TODAS!, son injustas y las alaba el diablo, como bien dice.
Puede que las haya asquerosamente ‘necesarias’, como fue la 2ª Guerra Mundial para acabar con algo peor que la guerra en sí, el nazismo con todo lo que conlleva.
Aunque la respete, no puedo compartir su opinión.
Así pues, me despido deseando que ambos podamos seguir opinando libremente.
Salú y força. Agur.
TONY PIOJO