Día 4 que me fuera (sí, yo también)
Abandonad toda esperanza, salmo 2º
Me decía la otra noche mi vecino de columna y sin embargo leal amigo que debo estar viviendo un proceso de recesión, habida cuenta de que durante la adolescencia leía a autores serios tipo Joyce, Borges o Nabokov, luego continuaba con el cine, y recién llegada la edad adulta pasaba cual adolescente salido al mundo del porno... para acabar ahora leyendo tebeos. "¿Qué será lo próximo?", me preguntaba retóricamente mientras apurábamos unas cañas. "¿Analizar los álbumes de cromos de Panini, las calcomanías de los Phoskitos... o acabarás deconstruyendo Pasión de gavilanes?"
No pongo en duda que lo que en boca del bueno de Andrés no son más que ganas de buscarme las cosquillas, para otros muchos es una opinión más que justificada. Pero tampoco me cabe duda alguna de que, aunque lector habitual de narrativa, muchas de las lecturas más recomendables y gratificantes que he gozado últimamente pertenecen al campo de la narración gráfica.
Por ello el día 4 de septiembre tiene -como para muchos villenenses- un especial sentido para mí, si bien en mi caso es por estar preparando las maletas para marchar a Asturias, que las Jornadas de Cómic de Avilés -y la Semana Negra de Gijón, claro- han convertido en ineludible lugar de peregrinación. Todos los afortunados que han asistido alguna vez saben que sus directores, Jorge Iván Argiz, Ángel de la Calle y Germán Menéndez, han creado un microcosmos en nada comparable a los monumentales salones del cómic de Barcelona y Madrid: en un recóndito rincón del país se concentran los fieles lectores en unas jornadas casi de convivencia con sus autores más admirados; las conferencias, de duración considerable, no se quedan en la superficie y analizan con rigor y conocimiento histórico la obra de los artistas; y el evento se convierte en mercado de compra y venta de originales, algunos a precios prohibitivos. Pero todo se resume en que se habla de cómics, de tebeos, de novelas gráficas, sin pudor y con mucho amor por el medio: se defiende su validez como obra artística, y de paso se promueve su valor docente como iniciación a la lectura para generaciones dominadas por la imagen y reticentes a la letra impresa. Un chaval -argumentaba Ángel de la Calle- que lea el Maus de Art Spiegelman, sobre el genocidio del pueblo judío, no acabará formando parte de un grupo fascista neonazi. A un nivel más asequible, y como alguna vez he comentado con mi buen amigo Virgilio, ese mismo lector, si sigue las aventuras de los jóvenes superdotados del profesor Xavier, nunca entenderá el racismo como una conducta natural. Mi buen amigo suscribe por entero la afirmación, dicho sea de paso.
"¿Qué lecturas tan recomendables son esas?", me preguntarán. Muchas, pero la falta de espacio obliga a parar aquí. Aunque no abandonen la esperanza: sólo las dejamos para mejor ocasión.
Maus de Art Spiegelman está editado por Planeta de Agostini (2001).