Cultura

Diáspora

A la primera acepción de la palabra diáspora, el DRAE añade por extensión una segunda definición: “dispersión de individuos humanos que anteriormente vivían juntos o formaban una etnia”. La palabra se asocia a la diseminación de los pueblos judíos siglos antes de la aparición de JC., y se volvió a utilizar para relacionar la masiva huída de estas gentes cuando las cosas comenzaron a ponerse feas en la Alemania de los años cuarenta. Diáspora que también encontramos cuando a los vecinos del Norte de la península se les acabó de algún modo la hospitalidad que ellos pensaban que ofrecían. Suceso éste que situaremos en aquellos años de “lo que uno se encuentra es para él”, o sea, de cuando Colón descubrió aquellas playas de América.
Diáspora. No he traído la palabra a esta cabecera de forma gratuita. La palabra comenzó a aparecer en mi mente casi al mismo tiempo que la música festera comenzó a aparecer en cada cuña radiofónica. Yo, queridas personas, igual que las aves intuyen con los primeros fríos, con las primeras hojas marchitas abandonando sus casas, que deben prepararse para viajar a tierras más cálidas. Yo, al sentir como la ciudad comienza a vestirse de fiestas: se cubre de actos oficiales, se maquilla con carteles anunciadores, se perfuma con pasodobles y se complementa con la vida diaria como los menús del Día 4 lo hacen con los menús del día, presiento que debo preparar la salida.

Es algo naturalizado, algo que uno realiza ya sin rencor ni extrañezas. Somos muchas personas las que abandonamos nuestra ciudad durante sus fiestas. Y muchos los motivos. Alguien se marcha una sola vez, por cambiar un poco, y quizás es sorprendido por una morriña desconocida para él, o quizás descubre en esos días lejos de Villena un tiempo para viajar, y así aprovecha las fiestas cada año. Hay personas que se marchan porque están enfermas, o se marchan un par de días huyendo de tantos jaleo, tanto movimiento a todas horas. Hay otras personas que nos marchamos por costumbre, porque nos hemos hecho a ello. Quizás en este grupo encontremos mucha carne de psiquiatra o de silencio en los motivos. No se trata de decir: “no me gustan las fiestas de mi pueblo”, ni de pensar que se rechazan tradiciones o se resta valor al espectáculo. A la mayoría de estas personas ni siquiera les ha hecho cambiar de opinión la nueva ola taurina que estamos viviendo y que insiste y consigue mejorar la corrida del día 7. Para otras el mismo hecho ha cargado todavía más la balanza que casi obliga al exilio. Otras de este grupo incluso niegan el carácter popular de las fiestas, a otras les repele el insistente y transversal sentido religioso de cada acto. En fin, para gustos los colores.

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