Dicen que una cama es un útero en el que nos refugiamos cada noche de nuestra vida
Pase a la habitación y cierre la puerta. Sabrá cada cosa a su momento. Por ahora, creo que no está en situación de elegir. ¿Le resulta familiar la habitación? Por supuesto que no. Usted nunca ha estado aquí. Es un espacio recreado para que inicie desde cero una relación emocional. Ya tendrá tiempo de habituarse a los muebles antiguos y los cuadros con escenas de bucólicos paisajes pintados al más puro estilo criminal decimonónico.
¿Una ventana? No hay ventana, eso solamente le distraería. Pero ahora que lo dice, un pequeño ventanuco alto, al que no sea posible asomarse, pero por el que entre un neblinoso haz de luz invernal, puede añadirle al cuarto una pincelada de contenida emoción, muy aprovechable para lo que nos interesa. Ahí está. No, creo que lo subiré un poco más, aunque tenga que elevar el techo. Así está mejor. Ya sé que no le agrada. Usted no está aquí para disfrutar. Usted está aquí para conocerse a sí mismo. Literalmente. Ya verá. Tenga un poco de paciencia. Como ve, la habitación tiene una cama. Ya sabe lo que dicen, que una cama es lo más parecido a un útero en el que nos refugiamos cada noche de nuestra vida. El lugar de presentir el horror, pero también de sentirse a salvo. Bien, ya lo comprenderá. Sobre esa silla hay un pijama. Póngaselo y métase en la cama. No importa si tiene sueño o no, o la hora que es. No va a acostarse para dormir. Sí, el pijama parece de persona mayor, lo sé. No es especialmente bonito. Tiene razón, parece de hospital. En cualquier caso, el diseño del pijama no es importante, simplemente no tiene que distraerle de lo sustancial. ¿Le hubiera gustado que fuera uno de esos pijamas caros, con ribetes dorados en las mangas y solapas y con un estúpido anagrama bordado en el bolsillo del pecho? Si fuera así, ¿se sentiría un poco más seguro, o quizá invariable, de una pieza, indivisible? Resulta curioso ver cómo la bestia que habita dentro de nosotros y que nos define se agarra a detalles ridículos para autoafirmarse. Ahora métase en la cama. Como ve, la colcha tampoco es ninguna maravilla estética, y las sábanas no son especialmente suaves. En cuanto al colchón, es agradable en un primer momento, pero con el paso de los minutos se va volviendo más y más impertinente. ¿No quiere taparse hasta la barbilla, cogiendo la sábana con ese gesto infantil que solamente deja entrever los dedos de las manos? Mejor, ¿verdad? Y si se toca la cara ahora verá que de repente es usted un anciano. Sí, esa expresión de pánico resulta tan sincera y conmovedora. Es inútil que trate de escapar de la cama. Y si se palpa con atención cada pliegue y cada recoveco de la piel de su cara comprenderá, sin saber cómo, que ahora es usted su padre. Controle su pánico. No es el cómo lo que usted tiene que comprender. No se trata de respuestas mecánicas o previsibles. No se trata de respuestas. Se trata de estar presente, de abrazar completamente la propia e ineludible realidad. Su padre murió solo, agonizando durante horas. Solamente le tenía a usted, pero usted le ignoró. Le castigó. Él sucumbía en su habitación mientras usted revisaba sus documentos, calculaba la dimensión de su suerte. Al final, dada su ambición, descubrió que no era gran cosa. Pero el hecho es que usted blasfemaba en el despacho de su padre mientras él boqueaba por última vez, solo, sin aire, en el vacío. [Pausa] Ya empieza, ¿lo nota? Es la nada llenándole lentamente. Trate de mantener la calma. Usted va a ser su padre y va a vivir las horas más interesantes de toda su vida.