Cartas al Director

Dignidad

Siguiendo los dictámenes de la Real Academia Española, se entiende por dignidad la capacidad de merecer algo. A partir de esa definición, la pregunta es clara: ¿qué merece un ser humano? La respuesta, contundente: vivir una vida humana, y eso solo se consigue estando en posesión de derechos, que quedaron establecidos por la O.N.U. el 10 de diciembre de 1948.
Ahora bien, todo ser humano lo es porque nace con derechos, morirá con ellos y, mientras tanto, debe disfrutarlos todos los días de su vida. Pero ni por esas. Todavía hay seres humanos sin acceso a una vivienda, a una alimentación suficiente, a un sueldo decente, a disfrutar de un horario laboral que le permita compaginarlo con su actividad familiar o con sus amistades, a ser atendidos en su vejez o enfermedad severa; todavía hay niños con malnutrición, etc, etc.

Este terrible panorama no está ubicado en cualquier triste país africano. Esto está sucediendo aquí, en España, un país industrial, rico y próspero según nos cuentan. Por eso éramos cientos de miles de personas las que estuvimos en Madrid el pasado fin de semana. Todas ellas con un único denominador común: decir ¡Basta!

Basta a que hayamos tenido –y tengamos– gobiernos que no han legislado para que disfrutemos de nuestra dignidad, anteponiendo las necesidades monetarias a las humanas; basta a quienes aconsejan recortes mientras ganan sueldos elevadamente indecentes, basta a que la clase dirigente bancaria haya estafado a sabiendas que lo estaban haciendo y, finalmente, basta a que nuestros gobernantes sigan hablando y actuando como si fuéramos tontos, sumisos y menores de edad.

Lo realmente fantástico de la manifestación multitudinaria del sábado pasado fue comprobar que estaba compuesta mayoritariamente de gente democrática, que sigue confiando en la Constitución de 1978 que, aunque mejorable por el paso del tiempo, sigue siendo considerada como el conjunto de normas que define la dignidad de toda la ciudadanía española.

Con toda razón, la gente que estuvo en Madrid acusaba a sus gobernantes de no ser democráticos al aprobar leyes que sabían el daño social que provocarían saltándose así lo que la propia Constitución dejó patente. Es indignante que nuestros gestores políticos –cuya única función es la de garantizar nuestros derechos– todavía duerman plácidamente cada noche.

Por eso se convocó el largo viaje a Madrid, bien andando o en autobús. Simplemente para recordar que tenemos dignidad, que merecemos tenerla y la clase política nos la está quitando poco a poco. Para eso fuimos a Madrid y eso es algo que me llena de orgullo porque ese sábado fue el día del rescate de la dignidad mía, de la de mi familia, mis amistades y de toda la ciudadanía española. Ese día, yo estuve allí.

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