Estación de Cercanías

Divinas miserias

¡A-ca-báramos!, que ahora resulta que con pedir perdón y mostrar superficial arrepentimiento, llegado el momento de rendir tributo por nuestros actos, sea cual sea su naturaleza, el impacto de los mismos, las consecuencias futuras o los tormentos presentes, quedamos limpios de culpas según la iglesia de Roma.
Y esto no es todo; si encima eres un cura pedófilo, y has estado cometiendo atrocidades contra niños durante 70 años como repetida letanía y lo reconoces, encima eres alguien lleno de coraje, según una valoración, patética de solemnidad, del futuro arzobispo de Westminster, Vincent Nichols. Quién lo diría.

Yo siempre he pensado que la mejor religión es aquella que respeta al prójimo como norma fundamental, sin importar procedencias ni condiciones, sólo diferenciando entre el bien o el mal, siendo meticulosamente respetuosa con las decisiones ajenas y afinando oídos para escuchar aquellos razonamientos que van parejos a las buenas actitudes, pero ahora resulta que en esta institución que tiene sus propias leyes, que marca a sus fieles unas estrictas normas de conducta, que hace apología del temor divino para ceñir contra sus purpurados fajines aquellas ideas que acercándose a la lógica trayectoria de las cosas piden divinas respuestas inexplicables en fondo y forma, con pedir disculpas van más que dispensados de todo peso, saliendo con honores de valiente. Una curiosa institución la católica, que ve como repulsivas y enfermizas las relaciones homosexuales pero que nada dice de estos desviados morales, enfermos sin lugar a dudas, deseosos de llevar a término un acto inseparable de la naturaleza humana, como es el sexual, que les niegan por considerarlo una debilidad de la carne, y acaba siendo una malformación de la mente.

Vivir para ver y padecer la doble moral en palabra y obra que sin rastros de escrúpulos ni atisbo de rubor, han creado para mayor gloria de su obra. Diferencia de estratos que les llevan a perdonar a curas que han abusado sexualmente de niños, haciéndoles padecer toda suerte de castigos físicos y morales, destrozando sus vidas desde los primeros años, condenándoles al odio eterno y a una existencia marcada por el miedo, y la constatación de la degradación del ser humano y que, sin embargo, claman a ese cielo inventado por ellos cuando una mujer decide abortar, rasgando sus sotanas en defensa de una vida sólo concebida, mientras condenan en vida las que ya son nacidas.

De haberme avisado antes no habría puesto tanto empeño en intentar alimentar la creencia de lo imprescindible del respeto al semejante sea de donde sea o crea en lo que crea, ni en confiar contra la evidencia y los juicios, en unas leyes que deben de aplicarse a todos por igual. Porque si enmendar los desvaríos que causan grandes males sólo es cuestión de pedir perdón, apañados vamos con el ejemplo ofrecido y con este país aconfesional de palabra que no de obra, que sigue bajo palio y no leva anclas hacia la independencia Iglesia / Estado. Porque lo que nos están mostrando va contra las obligadas conductas que se guardan de respetar las leyes establecidas por el hombre, leyes que se suponen comunes para todos los mortales, en una suposición evidentemente perniciosa y exenta de castigo que no sea el presupuesto arrepentimiento y la intención de enmienda, porque de cárcel ni atisbo, pues no es aplicable a estos individuos el juicio del hombre sino el de dios, saliendo por las pequeñas puertas de las sacristías, esas que dan a los más recónditos callejones, alejados del ojo de una justicia que debería juzgarles como personas a la hora de rendir cuentas, pues como tales reclaman al estado el diezmo que luego paga sus miserias.

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