Como comprobarán enseguida, y a modo de los artículos de las revistas de corazón, en las líneas que siguen podrán ver entre paréntesis la edad que han cumplido o cumplirán en 2023 los protagonistas de la presente columna; pero esta vez no es por cotillear o meter el dedo en la llaga, sino porque el dato es aquí de lo más relevante. Y es que, en términos cinéfilos, es un verdadero acontecimiento que en apenas un mes estrenen película directores tan consagrados como Martin Scorsese (81) -esta llega a los cines la semana que viene-, Woody Allen (88) y nuestro Víctor Erice (83); en un año, además, donde ya han estrenado también Pedro Almodóvar (74), Steven Spielberg (77), Walter Hill (83), Neil Jordan (73), Paul Schrader (77) y el pipiolo Nanni Moretti (70), y en el que todavía falta por llegar lo nuevo de Ridley Scott (86) y el maestro del anime Hayao Miyazaki (82).
En esta cartelera, que más bien parece un geriátrico, solo falta el más veterano de todos: Clint Eastwood (93), que ha dejado el estreno de su nuevo trabajo detrás de las cámaras para el año que viene. Teniendo en cuenta su edad provecta, resulta inevitable que cada vez que se acude últimamente a una sala para ver lo nuevo de este mito viviente de Hollywood, uno piense que va a ver su última película... pero última de verdad: me ocurrió con Mula, y poco después con Richard Jewell, y más tarde con Cry Macho. Lo mismo sucede con Woody Allen, sobre todo desde que después de acostumbrarnos a un ritmo de película anual durante la mayor parte de su carrera, tras Café Society y Día de lluvia en Nueva York se tomó un paréntesis de cuatro años (movimiento #MeToo y cultura de la cancelación mediante) hasta que parió Rifkin’s Festival. Afortunadamente, el autor de Annie Hall nos acaba de regalar otra película más, titulada Golpe de suerte; y que sea su film número cincuenta y el primero de su filmografía que no es hablado en inglés suena a celebración tanto como a despedida... aunque él asegure que está dispuesto a seguir dirigiendo si algún productor le financia el rodaje de uno de los guiones que guarda en el cajón de su escritorio. Ojalá, visto lo visto.
Como no podía ser de otra forma, una vez más las expectativas ante esta Golpe de suerte eran elevadas; y más teniendo en cuenta que los afortunados que la vieron primero la comparaban con Match Point, que es una de sus mejores películas a decir de casi todo el mundo, él mismo incluido. Y es que esta vez nos volvemos a encontrar con un relato de tintes criminales con triángulo sentimental incorporado que reflexiona sobre la oposición entre la voluntad y el destino, el libre albedrío y ese azar que juega un papel fundamental en el desarrollo de la trama. Pero en este relato ambientado en París y donde los personajes hablan en el idioma que Allen aprendió a amar (que no a hablar) en sus años de juventud viendo las películas de la Nouvelle Vague, todo es aparentemente más ligero que en aquella cinta protagonizada por una Scarlett Johansson que parecía inventada por Dostoievski. Para entendernos: si recurrimos a la considerada como la “trilogía londinense” de Allen como referencia, este Golpe de suerte -en el que cabe destacar el oficio de los intérpretes Lou de Laâge y muy especialmente Melvil Poupaud- estaría a medio camino entre la gravedad de Match Point (El sueño de Casandra también nos vale) y el tono de la mucho más liviana Scoop. Sea como fuere, y aunque no aporta ninguna novedad reseñable al legado de su realizador (cuestión idiomática aparte), se ve con sumo agrado porque está filmada con el pulso de un gran maestro de la escritura fílmica que esperemos no tarde en volver a dirigir.
Si cualquier estreno de Woody Allen es motivo de celebración para los aficionados al séptimo arte, que Víctor Erice estrene un nuevo trabajo es poco menos que un hito de la historia del cine español: téngase en cuenta que si el realizador neoyorquino es ejemplo paradigmático de director estajanovista, Erice apenas había filmado tres largometrajes a lo largo de cincuenta años. Saquen cuentas: en los setenta estrenó El espíritu de la colmena; en los ochenta, El sur; y en los noventa, el documental El sol del membrillo. Al margen de estos tres trabajos, merecidamente celebrados como de lo mejor que ha dado nuestro cine en toda su historia, el resto de su filmografía lo conforman varios cortos, un par de episodios para filmes colectivos y algunas videoinstalaciones. Por lo tanto, que Erice se descuelgue ahora con una nueva película concebida para su estreno en cines es, a priori y más en los tiempos que corren, un regalo para cualquier cinéfilo que se precie.
Cerrar los ojos es el título de este milagro inesperado, y una vez más estamos ante un relato que hace del cine un elemento primordial en la construcción de la historia: no olvidemos que su responsable ha llegado a escribir crítica cinematográfica y que ha reflexionado en repetidas ocasiones sobre lo que significa el oficio de cineasta. Tampoco podemos obviar que la proyección del Frankenstein de James Whale suponía un episodio fundamental en el desarrollo de El espíritu de la colmena, y que el séptimo arte también estaba muy presente en el relato de El sur. Ahora, es un excepcional Manolo Solo quien se convierte en un trasunto del propio realizador al construir un personaje sobre cuyos hombros descansa el peso de toda la película (no hay escena en esta cinta de casi tres horas en la que el director de cine al que encarna no aparezca), dejando a Jose Coronado, Ana Torrent (que vuelve a trabajar con su descubridor justo cuando se cumple medio siglo del estreno de El espíritu de la colmena) y el resto del reparto unos roles más secundarios, aunque en algunos casos indispensables para el discurrir de la historia.
Una vez vista, muchos dirán que la película no está a la altura de los trabajos anteriores de su realizador, y es posible que sea verdad; pero teniendo en cuenta la excelencia y brevedad de la filmografía del cineasta vasco, ni falta que le hace. Otros dirán que es su película más fácil, en tanto que accesible para un público mucho más numeroso que el que se preveía para sus otros dos largometrajes de ficción, no digamos ya para su retrato del pintor Antonio López; de esto no cabe duda, y es que así lo ha manifestado hasta el propio Erice. También parece obvio que el realizador utiliza retazos y referencias que remiten a su filmografía anterior: en Cerrar los ojos hay un eco explícito de la niña de El espíritu de la colmena en boca de la misma Ana Torrent; también está muy presente el sur que no llegaba a visitarse en su versión de la película homónima, inacabada para Erice pero terminada para el productor Elías Querejeta; y hasta se recuperan ideas y estilemas de su libreto basado en la novela de Juan Marsé El embrujo de Shanghai, cuyo rodaje se frustró... hasta que el libro acabó siendo adaptado por Fernando Trueba (68); quien, por cierto, también acaba de estrenar película.
Siendo todo esto cierto, lo que resulta indiscutible es que el resultado final de esta Cerrar los ojos -donde podemos disfrutar también de la presencia de Soledad Villamil, María León, Petra Martínez, un recuperado Mario Pardo, un fugaz Antonio Dechent y un como siempre descomunal Josep Maria Pou- recoge algunos de los mejores momentos que nos ha dejado el cine patrio en los últimos años, hasta llegar a uno de esos inolvidables planos finales que dotan de sentido a todo lo que les ha precedido. Ya solo por eso, y porque nuevas generaciones de espectadores puedan descubrir a Víctor Erice en pantalla grande, el viaje habría valido la pena. Pero es que, además, entre sus fotogramas se cuelan otros muchos valores y sugerencias, no siempre obvios a primera vista, que merecen ser descubiertos.
Golpe de suerte y Cerrar los ojos se proyectan en cines de toda España.