Eduardo, 37 años (II)
En la sesión anterior les emplacé a descubrir el impulso original en esta espiral de degradación en que se ha convertido el M.I. Ayuntamiento de nuestra ciudad, una foto hasta hace poco pobre y triste pero quizá pasaderamente enfocada, que ahora está borrosa y confusa, si no claramente oscura y trucada.
Les hablé del actor principal en esta caída, Alfa, un ser venido de otro mundo para salvar éste (lo que, además de ser objetivamente paradójico, abre el debate sobre la mezcla de clases o culturas) y abrumado y obsesionado por las sospechas de la traición. Aquí les hablaré de su cohorte de subordinados, dividida ferozmente entre sus fieles seguidores y la facción que ha materializado todos los miedos de Alfa como si estuviera dirigida por un guión metódicamente escrito para ello (sospecha que angustia a Alfa, ya que significaría que detrás de toda esa estrategia se esconde una fuerza quizá mayor y desconocida, recelo que en privado le lleva del odio al llanto pasando por la indignación). En el grupo de los leales emergen las figuras de Beta y Gamma, dos seres tremendamente esquivos, prácticos y planos, como esos espejos en el interior de algunos armarios, que devuelven una imagen extraña y algo triste, por exceso de realidad, pero que se termina asumiendo por familiar e imperfecta. Beta y Gamma son expertos en vaciar vasos pequeños en recipientes más grandes y en hablar en la dirección del viento mientras miran en otra o consultan listas de cifras y datos, lo que les confiere ese aspecto inequívoco y que incita a la melancolía de vendedores profesionales con maletas llenas de cosas inexplicables e inútiles, pero que la mayoría terminará creyendo necesarias porque, ¿quién quiere arriesgarse, quizá, a ser el único tonto que no se aproveche de las gangas que se le ofrecen? De Beta y Gamma puede decirse sin dolor que la mejor de sus virtudes es la ausencia de ellas, lo que les permite moverse en ese espacio indefinido, que en algunos casos puede confundirse con capacidad y determinación, de la moral política. Pero fijemos ahora nuestra atención en la facción enfrentada y supuestamente traidora, un grupo heterogéneo de desclasados soñadores de nuevas variantes para las viejas formas, una charanga de tullidos políticos con ideas neblinosas e inconexas pero en cuyos corazones cautivos todavía hay espacio para ciertos sentimientos, y en la que prevalece la figura de Omega, el joven romántico bruscamente arrancado de su tiempo y envejecido por la fuerza reveladora de la codicia humana, el héroe melancólico caído en desgracia y herido, el condiscípulo que debería estar agradecido pero que vive atormentado por truculentas pesadillas, motivadas por la creencia en un abstracto sentido del deber que como un enjambre de avispas dolosas le zumba la conciencia y el desgarro y la rabia vengativa de sentirse menospreciado y prescindible en los planes de Alfa. Omega es una sombra sin cuerpo, un idealista arrastrado por vicios tal vez demasiado grandes para él, una apuesta deslumbrante e inconsciente, un gesto de vacilación o impotencia ante el calendario y el perentorio e infatigable devenir del tiempo oficial. Ahora ya les conocen, ahora ya están preparados para saber la verdad; tengan solo una semana de paciencia