El aire
Acariciamos el aire sin ser conscientes del impulso que nos da para la vida. Y sin embargo es tan necesario respirar, y además hacerlo de manera satisfactoria, que se nos olvida coger el suficiente cuando al enamorarte de las cosas bellas se te escapa en un suspiro y cuando la pena te ahoga como si te faltase.
Cuando el ajetreado viaje de la vida te impone reflexionar para mirar las sutilezas del ser humano, echamos la vista atrás encontrando el aire del camino para querer retenerlo y mimarlo con dulces vaivenes que ensalcen amores y alegrías. Jugar a caprichosos destinos en los que un soplo de aire nos devuelva sentimientos bonitos y encuentros compartidos con seres queridos. Y si todavía no es demasiado tarde abriremos la boca para respirar aire limpio y puro, conseguiremos engañar al tiempo que siempre está al acecho. Después, muy de tarde en tarde, se escuchará el susurro del viento que caprichosamente va en busca de otros destinos.
Pero, cuando el aire te falta, ya ni el amigo se une al consuelo. Queremos retenerlo y conservarlo porque sabemos que si nos falta otras cosas perderemos con ello. Soñaremos con aires distintos que nos devolverán años perdidos, y en el recuerdo encontraremos que tal vez se nos olvidó respirar cuando más fuerzas teníamos, pero quizás ocupados en otras cosas no quisimos darle la importancia que tenía. Y sólo el aire sabe cuándo entra a formar parte de nosotros y cuándo quiere abandonarnos, pero mientras está contigo es el vendaval que lucha por permanecer en tu interior, como un soplo divino alrededor de la vida.
Hay aires que se mezclan con desechos que lo contaminan sin pudor y dan al traste con las esperanzas de salir al encuentro siempre cambiante de su fuerza. No quisiera contemplar el destino si me roban el aire, si no me dejan sentirlo en los poros de mi piel, si se niegan a concederme el privilegio de sentirlo en mi interior y comprobar que todavía hay vida en mi ser. Si te das cuenta hay aires distintos y a cada cual le corresponde el suyo. Los hay que envenenan el ambiente nada más sentirse libres, pero, en cambio, hay otros que se romperían en mil añicos si creyeran que han causado daño alguno. El aire de la mañana cambia por completo al salir de paseo por la tarde, e incluso se pone de fiesta cuando nota que le observamos. No, no son iguales ni quieren serlo.
Hay momentos en la vida en que lo que más te gustaría regalar sería aire y no porque sólo dispongas de ello, sino porque crees que tiene un valor insospechado y que pocos son los afortunados que saben apreciarlo.