El amor es un sentimiento intenso del ser humano que busca unirse con otro ser
Es la noche del día de San Valentín. Estoy sentada en el sofá, vestida solamente con unas braguitas y una camiseta, atacando alternativamente un cubata y una bolsa de galletitas saladas y viendo un documental sobre la cadena alimenticia de determinados ecosistemas, con todo ese asunto de que un animal se come a otro animal de una especie diferente, y a su vez a este animal se lo come otro animal de otra especie diferente, y así hasta que se establece un equilibrio que hace que todo el sistema sea sostenible.
Suena un poco raro oír que comerse unos a otros es algo bueno y ecológico y todo eso, pero así parece que tiene que ser para que todo el planeta no se vaya a la puñeta. En fin, que estoy tirada en el sofá, en una postura de doméstica relajación, comiendo y bebiendo con cierta desgana y viendo con reprimida fascinación cómo una serpiente se está zampando un ratón con un bocado lento y algo angustioso. Mientras veo al ratón, con sus ojos de hipnotizado, asumir su trágico destino sin gestos dramáticos, siento un cosquilleo en esa parte púdica que se encuentra en el centro aristotélico del ser. Me froto un par de veces por encima de las bragas, como si no fuera conmigo el asunto, viendo a la serpiente contonearse sibilinamente. Y cuando del ratoncillo solamente se ven unos pelos del bigote asomando por la cínica boca de la serpiente, y yo estoy en una dinámica de frotamiento que está a punto de abandonar la definición de desganada, suena el timbre de la puerta. No quiero levantarme, pero lo hago, quizá porque es San Valentín y nunca acepté del todo mi divorcio. Ir por el tercer cubata desfigura mi sentido del decoro, de modo que en bragas y camiseta abro la puerta y veo a un guapo joven portando delante de su pecho una caja de pizza. Se queda medio turulato, y cuando reacciona y va a empezar a hablar, con mi dedo índice sello sus labios al tiempo que le pregunto si cree en el amor. Sin darle tiempo a responder lo arrastro al interior de mi casa y lo empujo hasta el sofá. El joven no suelta la pizza, y yo le vuelvo a preguntar que si cree en el amor. Él pone cara de abogado defensor, y responde que el amor es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Queda claro que es un licenciado universitario sufriendo la precariedad laboral. Le arrebato la pizza y el pantalón, y utilizo al pipiolo para reanudar el interrumpido frotamiento. Le digo que el amor platónico es la más alta cima del afecto humano, y responde que el amor es más grande que los que lo profesan. Nos giramos, se coloca sobre mí, se desliza hasta mi entrepierna y veo en la tele cómo un zorro se come un conejo. Le digo que el espíritu devora la carne como un rescoldo ardiente. Trepa sobre mi pecho murmurando que un sentimiento auténtico nunca encuentra puertas que le impidan conquistar el corazón amado, y entonces le siento dentro de mí. Todo se acelera, y grito que bienaventurados los que sacian su sed con el santificado vino celestial de la candidez. Sale, y sobre mi seno fluye el fruto contrito de la congoja mientras en la tele un oso, sentado en medio de un escarpado río con la misma gracia que los de juguete, se come un salmón al tiempo que el agua azota su pecho. Sin casi dejar espacio a los jadeos, le coloco la caja de la pizza en la barriga, la ropa sobre la caja, lo empujo hasta el rellano de la escalera apuntando que amor y caridad son hermanas de misericordia, y cierro la puerta. Le oigo decir desde el otro lado que gracias por la propina. Qué propina, le respondo, si ni siquiera había pedido la pizza.