El Barça como metáfora
A la hora de escribir estas líneas, 24 horas antes de que comience la final de la Champions, 36 antes de mandar esta edición a la rotativa y 48 antes del Pleno del ayuntamiento, me resulta imposible adivinar el resultado del partido del siglo de esta semana. No obstante, me da igual cómo queden. Y no porque sea madridista, que lo soy, sino porque ganen o pierdan, creo que a quienes nos gusta el fútbol no nos queda otra que aplaudir al Barcelona por el maravilloso juego desplegado este año.
No obstante, nunca está de más hacer memoria, y sin mucho esfuerzo recordaremos que estamos hablando de un equipo que hace justo un año estaba desahuciado, con el entrenador puesto de patitas en la calle, con jugadores como Ronaldinho o Deco haciendo las maletas para largarse de fiesta a otro sitio, con Etoo cuestionado por la grada, la directiva y el vestuario y más fuera que dentro del equipo. Un equipo en el que el ahora titánico Puyol daba síntomas de agotamiento y algunos ya lo daban por amortizado, en el que llevaban las riendas dos chavales Xavi y Andrés Iniesta que son los mismos que las han llevado este año, en el que ya jugaba Messi, para muchos el mejor futbolista del mundo, en el que ya las paraba Valdés, en el que Henry cobraba una millonada por trotar un rato por el césped incapaz de hacerle un gol al arcoiris
En definitiva, que salvo Dani Alves y poco más, el equipo capaz de maravillar al mundo esta temporada y agotar los adjetivos grandilocuentes de toda la prensa especializada es en la práctica el mismo que llevaba dos años sin dar pie con bola, frustrando a los aficionados y haciendo temblar a la Junta Directiva y al Presidente Laporta, que hasta tuvo que afrontar una moción de censura.
Llegados a este punto, y una vez comprobado que esto no es el Sport, tal vez hayan visto ya los paralelismos que, interlineando al más puro estilo Observador, destilan la caída y el renacer de la nave blaugrana. Y como opiniones hay para todos los gustos, habrá quien piense que la clave de todo el asunto reside en un cambio fundamental, el del entrenador, pues nadie podrá negar que la llegada del sensato Pep Guardiola ha sido mano de santo tras la marcha de Frank Rijkaard, que perdió por completo el control del vestuario y fue incapaz de reconducirlo. No obstante, otros dirán que el verdadero motivo del cambio ha sido la expulsión la extirpación, como si fueran un tumor cancerígeno de las vedettes, empezando por el rey de la samba, que creyéndose por encima de toda disciplina y código de conducta no consiguió sino destrozar un vestuario donde hasta entonces todo iba como la seda. Incluso queda espacio para el apaciguador, que nos recordará que incluso aquel por el que ya nadie daba un duro Etoo es capaz de reconducirse, olvidar errores pasados y seguir haciendo lo que sabe, que es meter goles que ayuden al equipo a conseguir los objetivos colectivos propuestos a principio de temporada.
No sabemos qué pasará el año que viene con el Barça, si seguirá deleitándonos o volverá a extraviar el rumbo sumiéndose de nuevo en el caos deportivo y social, pero al menos se ha demostrado que es posible sacar petróleo de un pozo que pocos meses antes parecía agotado y sin expectativa alguna.
Por lo que a mí respecta, y hasta que empiece la liga, no me pidan que vuelva a hablar de fútbol; ya saben que lo mío es la política.