El boceto de Dorian Gray
Abandonad toda esperanza, salmo 234º
Hay novelas, muchas de ellas discretas como tales, que parecen haber nacido para que un cineasta en concreto dé su propia versión de la historia: Robert Bloch escribió Psicosis para que Alfred Hitchcock rodara una de sus muchas obras maestras, y por más que le pese a Stephen King El resplandor ganó enteros gracias a la maestría de Stanley Kubrick, Jack Nicholson, un triciclo y las dos gemelas más terroríficas de la historia del cine. Esto también se da en el ámbito del cómic -recuerden recomendaciones recientes, estas sí de piezas literarias de altura, a partir de Lewis Carroll, Conan Doyle, Stevenson, Hoffman o Kafka-, aunque supongo que afirmar que el Génesis bíblico fue dictado por una conciencia divina para que Robert Crumb le diese forma de historieta será poco menos que una herejía. A la hoguera con el columnista.
En cambio, una novela como El retrato de Dorian Gray, la única que escribiera ese genio de la réplica inteligente llamado Oscar Wilde, se justifica por sí sola. Más aún cuando una adaptación como la reciente firmada por Oliver Parker no está ni de lejos a la altura de la obra original: este antiguo compañero de mi idolatrado Clive Barker (ambos fueron miembros del mismo grupo de teatro amateur durante su época de estudiantes), que ya había llevado al cine un par de obras teatrales del escritor irlandés, ha pasado muy por encima de los apuntes más sugerentes del libro y ha manufacturado una película de terror más sangrienta de lo necesario y menos sugerente de lo conveniente. Hasta un director como Albert Lewin se dio cuenta de que no había que enseñar la pintura deformada grotescamente hasta el final; pero claro, Ben Barnes y Colin Firth tampoco son Hurd Hatfield y el gran George Sanders... Aunque si se la toman como una película de miedo de serie B que bebe tanto de, ay, los vampiros bien parecidos para adolescentes como de, esto mucho mejor, el cine de la Hammer más setentero y (supuestamente) provocativo, hasta puede tener su gracia.
Mientras tanto, yo sigo esperando a que algún editor español se decida a publicar el Dorian Gray de Enrique Corominas que pronto aparecerá en Francia. Porque si hay alguien capacitado para ofrecer la adaptación definitiva de este tratado estético disfrazado de novela de terror, así como una lectura que no desmerezca ni un ápice el texto de partida, ese es nuestro dibujante más tenebrosamente exquisito, que además -me consta- idolatra al autor de La importancia de llamarse Ernesto hasta límites insospechados. Es más: tengo tantas ganas de leer el cómic de Corominas que si nadie se decide a publicarlo en castellano iré a una academia para aprender francés.
En cuanto a la película, ¿vale la pena ir a verla? Yo, claro, les recomiendo que mejor lean la novela de Wilde, pero durante este verano, tan insoportable como todos los que le precedieron, este film que es más un boceto de Dorian Gray que no su retrato no es mala opción si no tienen aire acondicionado en casa: en las salas del centro comercial les van a dar todo el que necesiten y más.
El retrato de Dorian Gray (la película) se proyecta en cines de toda España; El retrato de Dorian Gray (el libro) está editado por Mondadori.