Estación de Cercanías

El centro de los extremos

El sábado pasado, emulando a más de un millón de español@s, me senté en una butaca de cine a ver Ágora, la última producción de Alejandro Amenábar, relato épico que da para muchas interpretaciones por la riqueza de sus matices y su impecable puesta en escena.
Desde mi interpretación particular y nada profesional en cuanto a cuestiones técnicas, Amenábar, con un excelente criterio, ha camuflado tras una de las mayores catástrofes que contra la sabiduría, la ciencia y el estudio hemos sufrido –la destrucción de la biblioteca de Alejandría– un arrebatador mensaje en contra de los radicalismos extremos y sus nefastas consecuencias. En este caso se muestran los fanatismos religiosos de católicos y judíos como cristal de aumento que nos acerque a una realidad que ha sido constante en el devenir de los tiempos y a la que desgraciadamente hoy, en el siglo XXI, seguimos enfrentados, pues por muy civilizados, demócratas y tolerantes que nos consideremos continuamos rodeados de integristas, talibanes y ultras, con otros nombre y en otros lugares, pero con idéntica ceguera y con el mismo peligro latente, contra mujeres, contra tesoros antiguos y contra todo aquello que discrepe o se aleje de las entronizadas ideas a las que rinden pleitesía cual corderos, ignorando que en realidad, y vistos desde arriba, no somos más que hormigas de un gigantesco hormiguero de ínfimo tamaño y escasa importancia en un todo que es el universo.

Qué fácil de meditar y qué difícil de llevar a la práctica, y les diré por qué. Un poco al hilo de esta historia leo en prensa que Josué Estébanez, un ex militar de ideas fascistas, ha sido declarado culpable del asesinato de Carlos Palomino, otro joven. Hasta aquí nada que no se haya producido con anterioridad. La salvedad en este caso viene de la mano del agravante que se ha reconocido en la sentencia, y lo nefasto de su cada vez más frecuentado terreno. El juez, a tenor de las imágenes que del asesinato en cuestión se han exhibido, y que dejan a las claras la templanza y la maquinación que, el ahora condenado, muestra a la hora del apuñalamiento fatal, ha contemplado en su sentencia la discriminación ideológica como espoleta de reacción a la acción. Y si cualquier asesinato es deplorable, los que se producen por una intolerancia que impide ver y un radicalismo que anula el pensamiento abierto para con los demás son además intolerables para una sociedad que nada tiene que ver con la mostrada en Ágora, de la cual nos separan 1.600 años.

Estos incidentes despreciable, si bien es cierto que son de un impacto social importante porque en ellos afloran los más irracionales instintos humanos, también creo que suponen, por lo menos en nuestro entono, una pequeñísima porción del quesito. Pero como he dicho anteriormente, nuestro planeta es un todo que nos acoge, y en la actualidad continúa salpicado en muchas de sus latitudes de escenarios y personajes que ha dejando de circular por el centro del camino y se han apostado en sus laderas, con resultados como el ahora sentenciado. Episodios tan lamentables como éste deberían de hacernos reflexionar sobre esta tendencia que rememora épocas pasadas de oscuro recuerdo y peores resultados, o mejor, sobre el efecto que experimenté después de ver la película, pues salí de la sala convencida de mi total intolerancia con los extremistas, situándome como único lugar de recorrido en el centro, viendo en días posteriores que este centro es tan extremo como sus puntas y sintiendo lo sencillo que resulta inclinar la balanza, cuando lo complicado es mantenerla equilibrada aunque sus pesas nos remuevan las tripas.

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