El cine y las ovejas
Abandonad toda esperanza, salmo 137º
Hay películas que responden a una tradición cultural respetada, que adaptan los clásicos que pueblan las bibliotecas más selectas, y que permiten al público gafapasta, como a las ovejas del chiste que masticaban rollos de celuloide, poder afirmar aquello de "no está mal, pero me gustó más el libro". Estas películas, que pasan por la cartelera fugazmente, conviven con otros títulos más atractivos para un gran público que abomina de las anteriores, y que en un encarnizado e irracional combate son vilipendiados por el mismo espectador que se queja de los prejuicios de un público "poco tolerante" al ritmo pausado del último Kiarostami o el penúltimo Kim Ki-duk.
Ahora mismo coinciden en los cines dos películas que son un ejemplo perfecto de ambas tendencias, así como de la excelencia que puede alcanzar el séptimo arte... aunque sea por caminos bien distintos. La primera es La duquesa de Langeais, de Jacques Rivette, que aquí vuelve a recurrir -esa alta cultura de la que hablábamos-, como ya hiciera en La bella mentirosa, a la prosa de Honoré de Balzac.
Alguien dijo una vez, muy certeramente, que para saltarse las reglas hay que conocerlas primero, y que para conmocionar al mundo con tu arte abstracto y reírte de Las Meninas antes debes poder pintar un cuadro como el de Velázquez. Y viceversa, añado: solo después de formar parte de un grupo tan revolucionario como la Nueva Ola francesa y de haber violentado los límites del cine con esa bellísima película-río titulada La bella mentirosa o el estrafalario musical de Alto, bajo, frágil, puede uno parir un film tan conmovedor pero tan ortodoxo, tan literario, como este relato de amour fou, donde Rivette opta por narrar la relación imposible entre la caprichosa esposa del duque de Langeais y el atormentado general de Montriveau apoyándose más en la palabra que en la imagen, sin renunciar a intertítulos que puntúan la acción, y dejando a un lado buena parte de los logros alcanzados por la puesta en escena de un arte que, no lo olvidemos, es eminentemente visual.
Todo lo contrario sucede con El incidente, de M. Night Shyamalan, que aquí se recupera del batacazo que supuso La joven del agua. Tras el fracaso de sus últimas películas el realizador indio se las ha tenido que ver con un presupuesto reducido, y como la necesidad es la madre de la invención ha optado por depurar su estilo al máximo, concibiendo su nuevo trabajo como la mejor película de serie B de la historia.
Así, con esta fábula en la que las plantas se rebelan contra el ser humano desencadenando el Apocalipsis, Shyamalan ha construido una suerte de film catastrofista antiespectáculo en donde prima, por encima de todo, su reconocible y elegante estilo. Un relato que, más allá de las (discutibles) carencias de su guión, se convierte en su trabajo más visceral, más directo, pero como siempre susceptible de varias interpretaciones y múltiples reflexiones. Aunque no tenga final sorpresa.
Desde aquí les recomiendo estas dos películas, porque ambas son espléndidas, porque no estamos en la obligación de elegir, y porque deberíamos ser menos exquisitos que las ovejas del chiste.
La duquesa de Langeais y El incidente se proyectan en cines de toda España.