El espectáculo debe continuar
Abandonad toda esperanza, salmo 44º
El cine, entendido como espectáculo de masas, ha contado desde siempre con numerosos enemigos. Y no me refiero solamente al sopor que provoca el aroma de las palomitas, ni tampoco a los tonos, politonos y sonitonos de los móviles de los adolescentes, que prefieren pagar seis euros para hablar con una película de fondo en lugar de hacerlo en un bar o en la calle (éste, por cierto, uno de los grandes enigmas de la historia de la humanidad).
Me refiero al concepto del cine en casa: primero fue la televisión, luego llegó el vídeo, y a continuación lo sustituyó el DVD. Lo último es la descarga ilegal de películas de la red. Si a todo esto le sumamos el coste cada vez mayor de las entradas de cine, resulta comprensible que el número de espectadores se haya reducido progresivamente con el paso del tiempo.
Pero de vez en cuando nos encontramos con películas cuyos méritos nos recuerdan que debemos ir más al cine. Este es el caso de Silent Hill, adaptación de un popular videojuego, que contra todo pronóstico se suma a títulos recientes como Hostel o Las colinas tienen ojos en lo que sin duda es un claro resurgimiento del mejor cine de terror de los últimos años. La cinta, dirigida por el francés Christophe Gans, es una odisea terrorífica que, más allá de ciertas incongruencias de guión y concesiones a los fanáticos del juego original, cuenta con una factura digna de toda alabanza, dando como resultado una experiencia audiovisual, por así decirlo, como las de antes. Si el cine de los años 50, para enfrentarse con la pujante televisión, tuvo que perfeccionar el color e inventar el Cinemascope, es lógico que el cine contemporáneo tenga que liarse la manta a la cabeza y ofrecer auténtico espectáculo audiovisual, basado en la belleza (aunque sea perversa y enfermiza) de las imágenes y en lo sugerente de los sonidos, sacrificando por el camino la tradicional estructura de planteamiento, nudo y desenlace, por más que los puristas pongan el grito en el cielo.
Con todo, los que busquen un cine más convencional, pero no por ello mediocre, no deberían perderse El señor de la guerra, una de las mejores películas de la cartelera actual. La cinta de Andrew Niccol recupera la osadía de Uno de los nuestros o Trainspotting para contar en primera persona, y respetando, ésta sí, una férrea estructura, el auge y caída de un traficante de armas interpretado con acierto por Nicolas Cage. El guión, también de Niccol, es de una calidad literaria indiscutible y, tratando el tema que trata, de una lucidez estremecedora.
Ambas películas son muy recomendables. Ahora ya no tienen excusa para quedarse siempre tirados en el sofá.
Silent Hill y El señor de la guerra se proyectan en cines de toda España.