El grito de Tarzán
Recordamos nuestros capuzones estivales en la Villena de entonces, en aquellas balsas y canales de agua fresca cuando bajábamos a la huerta
Hay físicos que como una lapa se incrustan en un personaje de película y sin ellos no recocemos al personaje. Así, igual que no imaginamos a Drácula encarnado en otro cuerpo que no sea el de Christopher Lee, ni a Superman fuera del físico de otro Christopher, el malogrado Christopher Reeve, no concebimos a Tarzán sino en el interpretado por Johnny Weissmüller.
Tarzán de los monos, Tarzán y su compañera, La fuga de Tarzán, Tarzán y su hijo, El tesoro de Tarzán, Tarzán en Nueva York y… Aquí nos paramos porque después de Tarzán en Nueva York ya no vimos a Jane representada por Maureen O'Sullivan, otro personaje, el de Jane Porter, que para nosotros no es sin ese rostro concreto.
Hace unos años, en 2014, el caricaturista Kike Payá –Kikelin– nos invitó a participar en una obra colectiva en torno a actores de cine en blanco y negro. De aquello resultó una exposición en Orihuela –en el edificio de La Lonja– y la edición de un estupendo libro: No hay color. Personajes de cine en blanco y negro.
De las veinticuatro caricaturas magníficamente realizadas por Kikelin sobre protagonistas de cine clásico, asociados a una película concreta, a nosotros nos tocó glosar la de Johnny Weissmüller a partir de la película Tarzán de los monos. Colaborar como coautor en aquel libro coral fue un honor por coincidir en la parte literaria con personas que apreciamos tanto en el arte de escribir como por su ser.
Redactar aquel texto nos devolvió a la infancia. Por un lado, a las sesiones dominicales de cine en los Salesianos donde vimos, si no todas, casi todas las de Tarzán. Las de Tarzán de Johnny Weissmüller. Por otro, influidos por la imagen de Tarzán nadador, a recordar nuestros capuzones estivales en la Villena de entonces. Y en la Villena de entonces, aquellas canales de agua fresca cuando bajábamos a la huerta con el abuelo Mateo. Si Tarzán luchaba contra los cocodrilos, nosotros contra el riesgo de los sifones.
Las canales de la huerta, el hoyo de La Virgen –qué lástima muriéndose hoy la pinada–, las balsas en El Pinar y en El Caracol, la de María Blasa en La Virgen, donde también las piscinas de Aniceto Samper y de la familia Hernández Marín. La piscina de Carlos Pérez y de los Correcheros en El Morrón. La de Jerónima y Agustín en El Grec… No era la primera vez que estas imágenes nos venían como hoy nos vienen estrenando este verano, camino –dicen– de un verano perpetuo. También, en aquel texto, aprovechamos para hacer memoria añorante de África, distante como anhelada.
Y con Tarzán, el grito de Tarzán. Grito que según desvela Peter Villanueva Hering en su libro de curiosidades titulado Errores, falacias y mentiras. Inventario de falsedades y de conocimientos errados, tenidos comúnmente por ciertos a lo largo de la historia y aquí debidamente refutados (Círculo de Lectores, Barcelona, 2000) "no era fruto de ninguna voz prodigiosa, (…) sino una combinación de varios sonidos que incluían la propia voz del actor [Johnny Weissmüller], una nota alta cantada por una soprano y el aullido de una hiena reproducidos en una cinta corriendo en dirección inversa".
Esto complejo mientras nosotros entre nuestros compinches conocimos imitadores del grito de Tarzán que lo reproducían con sus propios recursos de voz, sin ningún artificio. Yo lo recuerdo idéntico. Pero sabemos que la infancia no es nada exigente en perfecciones. Una infancia en la que nadábamos y gritábamos como Tarzán como también, convertido el colegial en capa, abotonado al cuello sin introducir los brazos en las mangas, volábamos como Superman.
Bonito recorrido de nuestros baños de infancia.
A esas inolvidables piscinas/albercas familiares añadiría la «de la peseta» por el precio para entrar.
También la que había en la actual Troya y, por supuesto, la del Club Forte.
Y hay quienes cariñosamente me dicen que tengo buena memoria…
Esas, es verdad, también.
Como las que por otro lado me han recordado:
Una, la de la familia de mi amigo Juan Fernando Hernández en El Rubial.
Otra, la de los RIMU donde la antigua fábrica de Athenea.
¿Buena memoria tengo?…
No lo creo.