El hombre tenía el aspecto de alguien a quien han sorbido los colores
En la planta quinta de mi edificio solamente hay dos viviendas, la mía y la que hace unos meses adquirió un hombre de unos sesenta y pico años. La primera vez que lo vi me pareció como si al hombre le hubieran sorbido los colores. [Se quita las lentes y con ímpetu empieza a limpiarlas con un pañuelo de tela que lleva sus iniciales bordadas en una esquina con letra gótica de color azul.] Ya me entiende, como si hubiera nacido para vivir en un mundo en blanco y negro. Qué raro, ¿verdad?
De modo que decidí hacer algunas averiguaciones para quedarme tranquilo. [Se pone las lentes.] En primer lugar, y después de que pareciera evidente que el hombre iba a vivir solo, dediqué unas semanas a seguirlo para ver cuál era su vida social. Para ello compré un par de disfraces, uno de cartero y otro de mujer con una exuberante peluca rubia que, todo hay que decirlo, no me queda nada mal. Y pude saber que por las mañanas sale a caminar una hora vestido con ropa cómoda y zapatillas y realizando más o menos los mismos itinerarios. Los viernes y sábados va al club de jubilados y generalmente come allí. Algunas tardes toma café en el bar de la esquina y juega unas partidas de cartas. [Se vuelve a quitar las lentes y vuelve a limpiarlas frenéticamente con el pañuelo de tela.] Lo curiosos es que visto a través del cristal de la ventana del bar su aspecto parece recobrar cierta vida, y desde mi distancia me atrevería a decir que hasta llega a gastar bromas con sus compañeros de juego. [Se pone las lentes.] Entonces decidí averiguar qué hacía durante el tiempo que pasaba solo en su casa. Aprovechando su habitual visita al club de jubilados, me introduje en su piso por una ventana del patio de luces adyacente a mi galería y examiné sus dominios. Todo parecía demasiado normal, la típica casa espartana de un hombre de cierta edad que vive solo. Pero afortunadamente yo iba preparado, e instalé estratégicamente varias micrófonos y cámaras de vídeo, de esas diminutas de espía, para poder seguir sus movimientos. Me pasé las siguientes semanas absorto delante de los cuatro monitores del circuito cerrado de televisión viendo lo que hacía cuando no salía a la calle por sus habituales motivos y se quedaba encerrado en casa. [Se vuelve a quitar las lentes y vuelve a limpiarlas frenéticamente con el pañuelo de tela.] Lo más extraño es que todo lo que hace parece muy normal. Come en la cocina viendo el telediario en un pequeño y antiguo televisor. [Se pone las lentes.] Por las noches cena en el salón, sentado en el sofá, viendo en el televisor LCD de mediano tamaño algún concurso o programa de chismorreo, y después se queda dormido mientras lo ve. Incluso está la inquietante banalidad de los domingos, en los que recibe a la que parece ser su hija, acompañada de un hombre joven y de un niño, y comen como una familia, guardando siempre el protocolo típico en estos casos. [Se vuelve a quitar las lentes y vuelve a limpiarlas frenéticamente con el pañuelo de tela.] Pero a mí no me va a engañar. Yo sigo estando seguro de que hay algo raro en él y de que no es una persona normal como usted y [se pone las lentes], sobre todo, como yo.