El mal resucita dos veces
Abandonad toda esperanza, salmo 641º
A la cinefilia en pleno nos pilló por sorpresa que después de realizar la intimista y muy sutil Call Me by Your Name, estrenada a principios de este mismo año, Luca Guadagnino anunciara que iba a dirigir un remake de una película de terror. Y no de cualquier película de terror: Suspiria es todavía hoy, cuatro décadas después de su alumbramiento, no solo uno de los títulos más aplaudidos de su director, el también italiano Dario Argento, sino una de las cimas incontestables del cine fantástico europeo. Y es que poca, o ninguna, relación parecía poder establecerse entre aquella -con un guion adaptado (y luego oscarizado) a cargo del ya nonagenario James Ivory- y este cuento macabro que apenas se inspiraba en Thomas de Quincey para generar una mitología propia en torno a un trío de brujas que terminaría dando pie a dos películas más: la sorprendente y muy reivindicable Inferno y la digna pero a la postre decepcionante La madre del mal. Pese a ello, Suspiria es una película que Guadagnino ha confesado que le lleva obsesionando desde que la descubrió siendo niño (cosa que entiendo perfectamente); y el respeto que siente por ella es tal que tras adquirir los derechos decidió en un primer momento confiarle el proyecto a otro director, David Gordon Green, quien precisamente acaba de estrenar otro revival del terror setentero: Halloween. Pero el asunto no fructificó, y finalmente el firmante de Io sono l'amore terminó decidiendo que iba a acometer personalmente su realización.
Por supuesto, que un director en la cresta de la ola crítica como Luca Guadagnino se decidiese a revisitar un proyecto semejante despertó tanta curiosidad como reticencia; y los aficionados al género, tanto los que gustamos de la cinta original como los que no, esperábamos su nuevo film con ciertas expectativas... que son algo que, como ya se sabe, las carga el diablo. Pese a ello, esta Suspiria de 2018 es todo lo que esperábamos y más: por mi parte, me quito el sombrero ante Guadagnino, que podría haber tomado el camino más fácil y, aprovechando la escasa (por no decir nula) memoria fílmica de la mayor parte de su público potencial, haber ofrecido o bien un calco milimétrico de la anterior con nuevas caras como única novedad; o bien una actualización light sometida a los dictámenes del mercado respecto de lo que este entiende por un film de terror con vocación de éxito de taquilla. Pero ni lo uno ni lo otro: consciente de que, desde un punto de vista creativo, no tiene sentido rehacer lo que ya se ha hecho bien, el realizador toma la estructura ósea del original (esto es: su premisa inicial, su excusa argumental y los personajes principales, nombres incluidos), y la recubre de una serie de elementos que le confieren una personalidad propia innegable renegando así de paso de su naturaleza de cuento de miedo para adultos. Para empezar, trastoca el marco espaciotemporal: la historia transcurre ahora precisamente hace unos cuarenta años, en 1977, cuando se estrenó el film de Argento... y cuando hacía precisamente otros cuarenta años que en la ciudad donde ahora transcurren los hechos, Berlín, seres que a falta de un apelativo más justo llamaremos personas atentaban contra los derechos humanos de semejantes a los que se negaban a ver como tales. Tal relación, sugerida a lo largo de todo el metraje pero explicitada hacia el final, parece sustentar la tesis (o una de las tesis, al menos) del film: el mal no es un elemento fantástico per se (por más que esta Suspiria sí sea decididamente fantastique) sino una característica intrínseca al ser humano, y sea cual sea su forma de manifestarse (del machismo al nazismo, pasando por el fascismo; todas presentes en el film), su materialización responde exclusivamente a razones políticas. A lo que sí que no renuncia Guadagnino, y gracias a lo cual su propuesta entronca con naturalidad en esa corriente de plasticidad alucinada que siempre ha caracterizado al terror transalpino, es a ofrecernos una experiencia sensorial única, incluso superior al de propuestas de este mismo año tan radicales como Climax o Mandy; y no se resiste a citar a maestros del expresionismo como Murnau o Fritz Lang ni a utilizar técnicas de otro tiempo como el zoom o el ralentí con efectos asombrosos. En resumen: estamos ante una propuesta arriesgada y decididamente personal en la que, a falta de un segundo visionado que confirme mis primeras impresiones, apostaría a que nada es gratuito. Ni siquiera que el cometido de una sobresaliente Tilda Swinton sea triple; que se trate de una cuestión extradiegética que no afecta directamente al relato no evita que subraye una inquietante ambivalencia a la hora de percibir el sentido del mismo: dentro de las huestes del mal, como en toda dialéctica política, hay facciones enfrentadas, y los líderes de unas y otras son el mismo perro con diferente collar; sobre todo, para sus víctimas... en las que también hay víctimas de primera clase y víctimas de segunda.
Apenas un año después de que se estrenase Suspiria, e inspirado precisamente por otros filmes de Argento más cercanos al thriller que al fantástico, John Carpenter estrenó La noche de Halloween: un título que desde luego no era el primero de sus características -ni siquiera si nos limitamos a Estados Unidos: ahí está la disfrutable Black Christmas para demostrarlo-, pero cuyo éxito sí sentó las bases de un subgénero, el slasher, que terminarían instaurando la muy inferior Viernes 13 y las secuelas de ambas; una retahíla de títulos por lo general cada uno menos relevante que el anterior. Así hasta llegar a la actual fiebre de remakes, que ha dado pie a propuestas muy interesantes (como los de La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos), simplemente dignas (Pesadilla en Elm Street) o directamente mediocres (la nueva Amityville o la misma Viernes 13, merecidamente olvidadas ya); nótese que no cito a Suspiria, porque decididamente juega en otra liga. El Halloween de Carpenter no fue una excepción, y vivió una reescritura por parte de Rob Zombie, ese cineasta con personalidad y verdadero amante del género al que no acabo de pillarle el gusto del todo, en dos películas de cierta enjundia pero mucho menos decisivas de lo que se dijo en su momento.
Por lo tanto, si la decisión era resucitar (una vez más, y van...) a Michael Myers, o bien se actualizaba de nuevo la saga pese a la cercanía en el tiempo de los filmes de Zombie (tampoco sería la primera vez), o bien se ofrecía una nueva secuela. Esta última ha sido la opción elegida por la productora, pero como ya hicieron otras entregas anteriores han cogido de la serie lo que les interesaba y han hecho como si lo demás no hubiese existido jamás. Más radicales que nadie, el citado David Gordon Green y su equipo han decidido obviar todas las secuelas, incluso la segunda y más directa continuación (todavía con Carpenter a bordo en labores creativas y no limitándose a cobrar royalties), para ofrecer una prolongación de aquella que tuviese en cuenta cómo las cuatro décadas transcurridas habían afectado a sus protagonistas (que, claro, vuelven a no ser hermanos): al asesino enmascarado, más bien poco; y a Laurie Strode, bastante más, convertida aquí en una actualización de la Sarah Connor de Terminator 2 a cargo de una Jamie Lee Curtis que no decepciona. Pero al margen de este apunte feminista y de una contundente escena previa a los créditos en la que el film promete mucho más de lo que luego será capaz de ofrecer, esta nueva masacre de ciudadanos inocentes (unos más que otros) no está a la altura de, una vez más, unas expectativas demasiado altas que esta vez han jugado en su contra; además, el hecho de ofrecer muy pocas novedades solo sirve para subrayar la vigencia de la caligrafía cinematográfica del original de Carpenter. Mención aparte se merece el hecho de que los responsables jueguen a dos bandas: es una secuela tardía que también quieren hacen pasar por remake encubierto en la medida en que no añaden una cifra a la leyenda, pues Halloween es su título original y (no íbamos a ser menos) La noche de Halloween se ha titulado aquí una vez más. En resumidas cuentas: comparado con el sagaz Guadagnino, da la sensación de que un David Gordon Green que quisiera resarcirse de no haber llevado dicho proyecto a buen puerto se ha conformado con añadir al cóctel el empoderamiento femenino (presente también en Suspiria, pero de una forma más brutal y sin miramientos... como todo, vaya); y ha apostado por tratar de contentar a todo el mundo para, como suele pasar en estos casos, terminar no contentando a casi nadie. Y es que ha actuado olvidándose de que los cuarenta años que han pasado para sus personajes también han transcurrido para los espectadores, tan castigados, curtidos y desencantados como Laurie Strode o incluso más.
Suspiria y La noche de Halloween se proyectan en cines de toda España.