El muerto al hoyo y…
Parece ser que en este país te tienes que morir para que la gente te tenga en consideración o se crea en la obligación de tenerte en ella, aunque en realidad piensen que tu madre era (cuando estabas en vida, claro) una de esas mujeres que fuman.
Digo esto a raíz de la muerte de un personaje que hizo historia en un momento crucial en la historia de España y que logró, o eso pretendió hasta que le dejaron, conseguir unas libertades olvidadas, que ahora otros pretenden hacerlas o haberlas creado ellos. ¡Dios qué panorama!
Me refiero a que ha muerto Adolfo Suárez y lo ha hecho en dos días más veces que Chanquete en veinte años. ¡Fíjate tú lo que son las cosas! Esta circunstancia ha venido bien a quienes se tiran los platos a la cabeza para decir que el tío era más bueno que un pan del Carujo y estar en ello consensuados al cien por cien (en los demás problemas, otro gallo cantará).
Al pobrecico que muere, sea quien sea, que digan en su muerte cosas que en vida le negaron ser, bien mirado, le debería (si ello fuese factible) importar un mismísimo bledo, pues una vez muertos nos torren habas, como decía aquel que siempre estaba diciendo.
Saldrán, a costa del malogrado, miles de anecdotarios, más oídos que los cuescos de la pareja que duerma a tú lado, en un afán no de enseñar nada, sino de sacar buena tajada. Luego le dedicarán una calle, plaza o... con el fin de que los perros y demás meen la esquina.
Y como a mí me da yuyu hablar de muertos (ya sean vivientes o no), éste que lo es va a ver si se muere y puede salir aunque sea en la Intercomarcal. Lo dicho, si para ser bueno hay que dejar esta vida, que lo hagan los demás. Hasta más ver, pues. ¡Au!