El pensamiento simple
Son muchas las ocasiones en las cuales echo de menos en aquellos que son más sabios, leídos, experimentados o vividos que el resto, pensamientos sencillos y corrientes sin ornamentos de peros y porqués, que no son más que manchas al original de la idea, a la que emborronan.
Y desde aquí quiero reivindicar su importancia. Cuando escucho conversaciones de alto standing o leo declaraciones de primer nivel, siendo por supuesto consciente de que la simplicidad muchas veces es improcedente o inadecuada cuando se pretende dar una explicación medianamente creíble que atraiga con ello al convencimiento, no puedo evitar pensar que es precisamente en estas ocasiones cuando el convencimiento llega por aburrimiento del interlocutor, que acata su rendición en vista de la imposibilidad de dilucidar de que se trata.
En vista de ello cada vez milito más intensamente en la idea de que esta forma de discusión o debate parte de alguna estrategia de manipulación, otra de tantas a las que estamos sometidos, porque nos obliga a estar continuamente poniendo nuestro razonamiento a la altura de los megáfonos desde los cuales parlanchines profesionales nos azuzan el oído con sus preparados oratorios, llegando a sentir la imposición de tener que echar mano a la complicación y a la suspicacia, a modo de diccionario, para que nos ayuden a interpretar las dichas ideas basadas en la complicación.
Cuando alguien dice, o piensa (como ejemplo): me niego a financiar a un deportista al que han puesto un valor de 93 millones de euros, porque, aparte de haberle provocado el síndrome de Rey Midas en versión merengue, va a poder cobrar sus honorarios porque los bancos sí tienen para los que tienen, como siempre, esto no es una simpleza, es una dolorosa realidad. Y cuando alguien contesta: Que lo paguen los madridistas y su presidente a la cabeza de sus bolsillitos, con sus dinerillos y sin que contribuyamos todos los demás españolitos de a pie, fieles pagadores a golpe de trimestre por el fundado temor a una Agencia Tributaria que con escaso sentido de la comprensión ante los impagos se meriendan en tres trimestres de atrasos nuestro trabajo de años.
Porque si ellos le deben a Hacienda y resulta que Hacienda somos todos, nos deben a todos, y por el contrario y en su versión inversa pero sencilla, somos todos los demás los que estamos costeando a este señor, sigo viendo la esencia limpia y natural de una verdad muy poco abierta a matizaciones. Y es entonces cuando vienen los peros, para honor del pensamiento farragoso, y los sí pero es que los bancos han firmado por el aval de los ingresos por televisión, pero es que ellos pagan a razón de 15 millones al año, es que esto, es que aquello, emergen como excusas de mal pagador, nunca mejor aplicadas, sacadas de sus atiborradas carpetas de alegaciones para jodernos al resto, a los simples, a los que no buscamos las interesadas respuestas o sentencias pero estamos ahí partiéndonos la pana diariamente, sosteniendo la economía sobre hilo de seda con cocodrilos esperando la caída y sin esperar tan siquiera la falsa palmadita en la espalda de otras épocas, que sabíamos de sobra inútil, pero que alargaba el plazo, porque ahora la palmada es directa a la mejilla, en forma de guantazo.
Uno tras otro, porque ni somos el Madrid, ni tenemos amigos jueces que lleven nuestros trajes, asegurando nuestra inocencia, pero claro, esto no es así de sencillo, ahora casi nada lo es, pero la carencia de sencillez lo convierte en verdad, y ahora es más importante trasmitir una idea pelmaza y preparada pero intocable ente la ignorancia que ir con la verdad por delante, que está totalmente anticuada y no cotiza al alza.