Cartas al Director

El pulpo (Carta al director)

Para los míos siempre he sido un romántico. Para mis amistades, un tipo anticuado, trasnochado. Y si tuviera rivales políticos, para ellos sería un retrógrado, un carca y un reaccionario. Es la penitencia de un pecado, el de estimar un código propio de valores –el que sea–, el de creer firmemente en unos principios y ser fiel a ellos.
Y esta gente, que se ríe del honor, que subestimaba la lealtad, esta gente, es la misma que luego se duele y se lamenta cuando surge la traición, que se indigna cuando se les inculpa del delito más grave del que se puede acusar a un ser humano: traicionar la confianza de otro.

La lealtad, eso que para Séneca constituye el más sagrado bien del corazón humano y que para el fiel octeto resulta un concepto discutido y discutible –algo así como lo es la Nación para Zapatero–, la lealtad digo, es un símbolo de fuerza, del mismo modo que la confianza lo es de valentía, de arrojo y de coraje. La confianza es un préstamo que se compensa con fidelidad y honradez. Y las crisis aquí no existen: un hombre entero siempre responde a la confianza que en él se ha depositado.

No obstante, individuos indispuestos para la nobleza y la lealtad los hubo siempre y los seguirá habiendo; es trabajo nuestro identificarlos y asumir que, cuando existe un compromiso con un proyecto, la fidelidad es fácil, pero cuando el compromiso es para con ellos mismos, la fidelidad durará lo que tarde en aparecer un nuevo y más sabroso proyecto.

Podrían alegar que se trata de otro tipo de fidelidad: fidelidad a ellos mismos, pero no lo harán, pues para alguien capaz de abandonar y vender a sus compañeros, la hipocresía debe ser “pecata minuta”, algo así como un delito menor.

Y a estas alturas, querido y avispado lector, hace ya algunas líneas que usted sabe de que hablo, y sabe además que, aún no teniendo mar, en Villena todo el mundo habla del pulpo. Pulpo en cuyos tentáculos, existe uno especialmente pérfido con una cabeza que le orienta. Y si ve que la cosa pinta fea es capaz de enturbiar su hábitat a base de chorros de tinta. Y esa tinta, sobre papel, se distribuye a los medios. Todo, incluso contravenir no ya los estatutos de un partido, sino los más elementales códigos éticos, con tal de dar caza a su presa. Que no acabe a la gallega.

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