El Rabal de Villena, un futuro prometedor
En los últimos meses asistimos con esperanza a la materialización de una reivindicación histórica de un sector de vecinos de Villena que acertaron al prescindir de viejos prejuicios y mirar hacia el Rabal con una visión renovadora. Porque el mayor enemigo a la regeneración del barrio no ha sido ni mucho menos la situación de marginalidad, abandono y tráfico de drogas; ésta es, si acaso, la consecuencia. El mayor enemigo del Rabal ha sido y es la indiferencia de los vecinos de Villena (y de la administración, como expresión suya) hacia un barrio con una tremenda relevancia histórica y cultural que debería constituir un elemento de identidad de la ciudad en vez de un motivo de vergüenza.
Es cierto que en los últimos años los esfuerzos de la administración y de la ejemplar Asociación de Vecinos del Rabal han dado un giro importante a la situación del barrio que perfila un futuro muy esperanzador. Sin embargo, ciertos elementos siguen obstaculizando la normalización que animaría a un mayor número de personas a interesarse por establecer allí su negocio o su vivienda: procedimientos de permuta de propiedades con el Ayuntamiento muy poco ágiles, encorsetados criterios estéticos (que son importantes y acertados, pero secundarios) y, principalmente, el bochornoso complejo de SWAT de la Policía Local en su nada selectiva lucha contra el tráfico del drogas, basada en el acoso y derribo de cualquiera que transite por el barrio.
Una vez nos hemos puesto de acuerdo en que queremos transformar el barrio, sería recomendable aclarar el cómo, pues las decisiones que se tomen en este momento pueden tener consecuencias urbanas y sociales negativas en el futuro. Se hace necesario un proceso de transformación urbana alejado del desarrollo urbanístico especulativo que ha experimentado nuestro país desde la aprobación de la legislación sobre el régimen de suelo del año 1998. No olvidemos que este desarrollo es el culpable, en mayor o menor medida, de la situación económica actual de muchas familias en el estado español y de la fuerte degradación ambiental de espacios naturales que han sucumbido bajo la voracidad urbanística. Para ello, es esencial desprenderse del concepto de rentabilidad urbanística que tan hondo ha calado en el imaginario colectivo.
Las posibles vías para la regeneración urbana y social del Rabal que esquiven la especulación urbanística y el aburguesamiento son muchas y muy discutibles. Una de ellas, probablemente la más plausible (y me perdonen si barro para casa), se sostiene sobre el sector de la población más joven. Con un escenario del 57% de paro juvenil y, lo que es aún peor, una apatía generalizada entre los mismos, facilitar el acceso a la vivienda flexibilizando los mecanismos tradicionales podría derivar en una mejora en términos de emancipación y empoderamiento juvenil. Se podría construir así un tejido productivo y social creativo, vivo y, en cierta manera, pionero en ciudades del tamaño de Villena.
Ésta es un solo una propuesta entre muchas otras posibles, como la de postrarse a los pies del turismo desde el primer momento; pero si tuviera que haber una constante en todas ellas, al menos en mi opinión, esa debería de ser la obligación de generar un bien común que beneficie al mayor número de vecinos posible en un contexto de responsabilidad patrimonial, económica y social.