Apaga y vámonos

El Salvapatrias

Cansado ya de esta Villena moribunda y mezquina, de tanto insulto y tanta manipulación, había pensado irme esta semana por los cerros de Úbeda y hablar de Galicia y sus incendios, de negligencias políticas y especuladores sin escrúpulos. Pero a la vista de la columna de mi amigo –lo somos cuando coincidimos y mucho más cuando discrepamos– Observador, que trata el asunto, y tras el bochornoso espectáculo de la semana pasada, no me queda otra que seguir con el monotema.
Cada época arrastra consigo algunas figuras curiosas; debe ser eso que llaman el Signo de los Tiempos. Ahora, creo haber vislumbrado en Villena una nueva especie: los Salvapatrias. No cuesta mucho imaginarlos. Son aquellos que hablan en nombre de la Razón Universal, interpretan el Espíritu del Pueblo, omnipresentes vigilan la Ciudad, saben donde reside el Mal, siempre tienen a mano algún Apocalipsis con el que asustarnos y disponen de la Receta Mágica para protegernos y salvarnos de nosotros mismos…

Como es sabido, los extremos se tocan, y no es extraño que algunos dirigentes marxistas hayan salido del seminario o viceversa. Hoy, con lo modernos que somos, cambiaríamos las etiquetas aunque el fondo sería el mismo. Escribía J. J. Armas Marcelo que al menos la mitad de los que se llaman liberales y lo proclaman en público (muchos, a gritos), no lo son en puridad porque no soportan a quienes no piensan y hablan como ellos. Por eso descalifican todo pensamiento que no sea exactamente el suyo. Y que al menos la mitad de los que se hacen llamar de izquierdas no son demócratas, porque suponen que la libertad debe estar supeditada a otros conceptos, como el de una supuesta igualdad (totalitaria) que, paradójicamente, no genera más que desigualdades parejas al más salvaje de los capitalismos.

Viene esto al caso porque lo del jueves pasado fue cualquier cosa menos sorprendente. Una algarada concebida por quienes previamente se habían encargado de caldear el ambiente y que, desde dentro del Salón de Actos de la Kaku, estaban en contacto a través del móvil con alguien en el exterior al que se le relataba que “todo está saliendo bien”. De modo curioso, la chispa última vino a prenderla una persona ideológicamente situada en el extremo opuesto a los miembros de la Plataforma pro-restauración, quien indignado salió corriendo del salón para decir a los vecinos reunidos fuera que les estaban llamando “fascistas”, algo absolutamente falso. Valga en su descargo que el que avisa no es traidor: El día uno de agosto, en los foros digitales de este mismo periódico, ya anunció que “habrá que liar la gorda”.

En cualquier caso, la reunión sólo sirvió para comprobar que aquí no va a existir diálogo alguno. Difícilmente se puede negociar con quien dijo, como el portavoz de los afectados, que todo es muy simple: “No queremos el parking”. O como Tarsicio: “No vamos a consentir que el parking se haga”. O como aquella señora que afirmó sin sonrojo que “sólo pretenden tirar el pueblo por tierra”… con lo cual todo se reduce a algo así como “para tus cojones, los míos”, con la única diferencia de que unos, además de cojones, tienen el poder que otorga la mayoría de los votos.

Por lo demás, y entre tantas intervenciones exaltadas, que impidieron que pudiéramos escuchar las respuestas a otras preguntas más que interesantes, me gustaría quedarme con la frase que pronunció una asistente, quien dirigiéndose a las autoridades y señalando la presentación que éstas habían preparado les preguntó si acaso no se daban cuenta de que ese proyecto es para una capital y no para un pueblo como Villena. El público aplaudió a rabiar entonces. Y a mí me entraron ganas de llorar.

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