El teatro volvió al teatro
Han bastado un par de décadas de productos televisivos multicanal para conseguir lo que hasta entonces se pensó que jamás se podría conseguir: doblar las rodillas del Teatro. Y es que no hay método más efectivo que el bombardeo continuado e inagotable a baja escala. Porque de este modo se pueden alterar los ritmos, y así se cambian los tiempos que acogen discursos y emociones por acción e inmediatez (no quiero ni imaginar cómo deben ser muchas, demasiadas, de las visitas al Museo del Prado, o al Reina Sofía, o al Guggenheim: como ojear una revista de tendencias tal vez).
El Julio César de Paco Azorín que disfrutamos el pasado sábado era un producto asequible: con un reparto versado y conocido, una puesta en escena moderna y poco más de hora y media de duración (lo que siempre supone un cuidado trabajo de síntesis tratándose de un texto con más de cuatro siglos de vigencia). Hablamos además de la versión traducida y adecuada de una pieza de la factoría Shakespeare permítanme la licencia, pero tarde o temprano asumiremos sin escrúpulos ni menosprecio dicha realidad tal como lo vamos haciendo con las escuelas de pintores en épocas circundantes. Una propuesta asequible, vaya, aunque nunca deje de pesarnos en nuestro país el desarrollo en cinco actos, más acostumbrado a los tres actos.
El sábado la pieza tuvo un arranque lento, costó de entrar. Quizás porque el autor acostumbra a pecar, a mi entender, de ser demasiado cinematográfico para nuestro modo de hacer teatro. Sea como sea, la pieza entró, como una aguja bien dirigida que acaba por estirar firmemente las puntadas que ha ido dando. Los personajes de pronto quedaron claramente dibujados y la trama se descubrió en toda su magnitud: la que no busca la anécdota del destino de Julio César. Entonces todo fue agradecido: las discusiones, los discursos, las actitudes. Shakespeare lo da y aunque parezca fácil no es tan sencillo hacerlo fácil. Me gustó Mario Gas, esa institución en el Teatro, y me gustó José Luis Alcobendas, lo que no menosprecia al resto del reparto. Y si buscara un pero tendría que hablarles, queridas personas, de cierta falta armonía sonora, de estilo, en el elenco de actores.
Digo que el teatro volvió al teatro porque tuvimos la oportunidad de asistir a un tipo de pieza teatral que ya no resulta asequible, que ya no encontramos con tanta asiduidad. En la que los códigos estéticos, escénicos, son de obligada lectura, tanto en la puesta en escena como ineludiblemente en el texto. Un texto que nos grita desde cuatrocientos años atrás, que subraya nuestras debilidades y enfatiza el valor de nuestra honradez y entereza; que nos plantea conflictos de apariencia inocente: ¿quién es Marco Antonio y quién es Bruto? ¿Quién de los dos es bueno o malo? Intenten ustedes responder a esas preguntas y sepan que si buscaran la respuesta en nuestra clase política solo encontrarán ruedas de prensa sin preguntas.