El verdadero mediador
Casi sin fuerza para seguir argumentando ante los cuatribarrados y los rojigualdos a favor del respeto hacia los sentimientos de cada cual, en contra de las fronteras físicas y mentales que nos dividen y enfrentan, a favor de la necesidad de modificar las reglas del juego cuando al final de las partidas todos nos sentimos perdedores, en contra de los oídos sordos que nos llevan a descalificar todo lo que desconocemos por extranjero y peligroso
estoy aquí, de nuevo, enfrentado al papel que todo lo resiste y lo contiene con resignación o placer, según la procedencia de lo que en él se vierte.
Este enfrentamiento entre los catalanes que necesitan ser independientes que, ante la cerrazón del gobierno central, se han saltado las leyes en su huída hacia adelante (a los que no se les ha brindado la posibilidad de pronunciarse en un referéndum legal en el que hubiera sido llamada a votar toda la población) y la España que todo lo fía a la interpretación rígida de las normas y la mano dura contra los que las discuten, nos está llevando a situaciones indeseadas en las que se nos hincha la vena con más asiduidad de la que conviene y triunfa la testosterona sobre la reflexión.
Y mientras algunos actores secundarios ansiosos de protagonismo, con su discurso irresponsable, nos azuzan a los españoles de nuevo los unos contra los otros; mientras las soluciones del problema son barajadas hasta el hartazgo por los tertulianos de las televisiones con más o menos fortuna; mientras el tiempo transcurre con una cámara lenta exasperante; mientras el gobierno de Rajoy amenaza con más fuerza y más ley y el catalán con proclamar el mandato de los dos millones de votantes que se pronunciaron el 1 de Octubre Mientras estas últimas representaciones de la falsa comedia suceden, emerge la trama que subyace en cualquier buena historia; aparecen en escena los verdaderos protagonistas que, con su gran autoridad, dirán la última palabra; los auténticos mediadores, los que poseen la fuerza necesaria para escribir el desenlace. Los señores del gran poder de los mercados.
Llegó el Comandante Mercado y mandó parar aunque la representación continúe con el PP hablando de la aplicación del artículo 155 de la constitución, Ciudadanos del 155 y cuarto y mitad. El PSOE de ¿? nosotros también, pero a lo mejor no y mañana ya veremos, algunos de Junts pel Sí se empiecen a salirse del corro de la sardana, Ada Colau observe, con tristeza, su soledad entre la muchedumbre que interpreta La Estaca y a los de la bandera blanca se nos quede cara de imbécil preguntándonos cómo no nos habíamos dado cuenta de que todo acabaría así. Porque ha bastado que algunas de las grandes empresas anunciasen su marcha de Cataluña para que Felipe sepa que seguirá reinando, para que Rajoy sepa que seguirá gobernando, y para que los catalanes sepan que habrá que esperar una ocasión mejor para votar su autodeterminación.
Esta presencia arrogante y testaruda de los mercados. Este relato atribulado de los tiempos modernos, es el manotazo seco y desconsiderado que nos despierta recordándonos que vivimos en la realpoitik del neoliberalismo. La desbandada de las grandes corporaciones catalanas no es otra cosa que un chantaje a la gente que se levanta cada día para ir al trabajo; un aviso para los navegantes que se produce cada vez que un pueblo da señales de querer cambiar su destino.
En realidad, da igual una frontera más o menos (eso es irrelevante para los que marcan los salarios mínimos de las naciones, provocan crisis, firman desahucios, blindan paraísos fiscales, provocan crisis, aseguran producciones abundantes y baratas en países del tercer mundo, potencian los conflictos bélicos para vender las armas que fabrican y asegurar la inestabilidad de regiones en las que abundan las materias primas y el petróleo ) en realidad de lo que se trata es de que se le quede claro a la gente que no se puede modificar el orden establecido sin correr el riesgo de que te dejen con el culo al aire.
Este es el mensaje que desean hacer llegar a los catalanes. Pero también va dirigido a los españoles que piensen en revisar la constitución para que todos podamos sentirnos a gusto en un estado moderno e integrador, en cambiar la ley electoral para una representación más veraz de los ciudadanos o en votar a partidos que lleven a las instituciones las preocupaciones reales de la gente y a políticos que piensen más allá de la próxima cita con las urnas. Cada vez que exista la más mínima sospecha de que el pueblo se descarría, allí estarán los mercados para hacer que todo vuelva a la normalidad. No es descartable que, en el futuro, la única argumentación válida y contundente de los de bloque constitucionalista (que ironía que los que se autodenominan constitucionalistas sean los que con sus políticas han cometido más desmanes contra la carta magna) sea que tenemos que votarles a ellos porque de lo contrario, las empresas patrióticas se llevarán sus sedes a Irlanda o a otros lugares innombrables.
Este escrito lo terminé un día antes de que Puigdemont anunciara que Cataluña era independiente (a la manera de José Mota) pero hoy no, mañana y volviera a pasar, de nuevo, la pelota al tejado del gobierno de España. En los momentos en que decido enviarlo a la prensa, Rajoy se reúne con sus ministros para dar contestación al envite. Todo está tan podrido que podría suceder cualquier cosa y deseo con todo mi corazón que lo que ocurra pase por la paz y la palabra. Pero independientemente de lo que nos depare el futuro próximo, en estos últimos interminables y vertiginosos días habremos aprendido (¿o recordado?) la lección de los padres y las madres de las patrias siempre ocupados en las conjeturas de las próximas elecciones que les asegurarán a ellos y a sus huestes una vida indigna por regalada; una casta política que vive en una realidad paralela a su pueblo y se levanta cada día más pendiente de las encuestas de intención de voto y de los índices bursátiles que de las personas.