Testimonios dados en situaciones inestables

Ella baja la pierna agotada y él cambia su mano del muslo a la cadera

¿Estás segura de querer hacerlo [susurra él cogiéndole el muslo y elevándolo hasta la cintura. Nota las irregularidades de la grasa bajo la piel, y duda si dejar la mano quieta o presionar un poco más. De pronto tiene unas ganas imperiosas de fumar. A ella le incomoda el tacto ligeramente rugoso y áspero de sus dedos. Estar apoyada en un solo pie le desconcentra, y teme que le dé un calambre.
Quiere bajar la pierna, pero no quiere que él piense que está retirándose. De la calle llega un estruendo monótono de vidrios rotos al caer dentro del contenedor verde. Él se atreve con un acercamiento de su boca al hombro de ella imaginando que es un gesto elegante. Nota hormigueo en su mano, pero no quiere presionar o flexionar los dedos incoherentemente por si ella piensa que está yendo demasiado deprisa o dudando. Su mano empieza a sudarle inoportunamente. Sigue sin sentir un estímulo en su sexo, y durante un segundo duda de la respuesta de su cuerpo, de si podrá hacerlo. Ella no quiere pensar en su marido, y deja el peso de su cabeza en el hombro de él. Quiere seguir adelante, pero preferiría estar enamorada de él y tener un argumento para el día siguiente. Aunque eso añadiría un aspecto dramático al asunto que le aterra. Él nota partes rígidas del sujetador de ella presionando contra sus costillas. Cree que va a poder hacerlo, que se lo merece, aunque no sabe por qué. Tiene unas ganas devastadoras de fumar. Ella quiere bajar la pierna porque ya empieza a notar el gemelo endurecido y le tiembla la rodilla. Piensa en quitarle el jersey, pero teme romper la supuesta magia de la dinámica del momento. Él quiere desabrocharle la camisa y el sujetador para liberarle los pechos, pero tiene un escalofrío de vergüenza al pensar que es su cuñada. Ella baja la pierna agotada y él cambia su mano del muslo a la cadera. Daría su vida por fumar, y trata de concentrarse en el próximo paso. Comienza a desabrocharle lentamente la camisa de tacto sedoso, demasiado agradable. Ella se dice que tiene unos pechos grandes pero insulsos, vulgares, y desearía que él no los viera. Piensa que si le besa evitará que él se los mire. Y la idea de que se los acaricie le resulta extraña, como si se tratara de una inspección. Una rugiente moto agujerea, como un sobrepeso de realidad, el denso silencio que hay en la habitación, lo que deja en el aire un hueco propicio para el arrepentimiento. Él palpa un sujetador demasiado grande, ordinario y lleno de complejidades mecánicas. Ella tiene el pensamiento fugaz de que le gustaría que todo hubiera acabado ya y baja la cabeza. Él intenta liberarle un pecho sin desabrocharle el sujetador, pero la estructura es tozuda y queda a medio liberar, aprisionado de forma comprometida. Intenta restablecerlo a su lugar, y durante el proceso siente el ridículo de estar en una situación rara con alguien demasiado familiar. Ella se da la vuelta y aprieta su espalda contra él, que instintivamente abarca sus constreñidos pechos con las manos. Enfrente está, como un eficiente testigo, el enorme y apático espejo del armario, duplicándolos en una fotografía carente de todo encanto. Qué camino hay que recorrer de la estupidez al perdón, piensa ella. Cuál es el camino]?

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