Ella tenía unos ojos enormes como alas de águila que iban a echar a volar
Perdone mi caprichosa memoria, pero, ¿cómo ha dicho que se llama? [Respuesta.] Qué bonito nombre. Yo tuve una novia, allá por el año 40 del pasado siglo, que se llamaba igual. Era una muchacha muy guapa e inteligente, que tenía unos ojos grandes con pestañas larguísimas, unos ojos que eran como alas de águila, y cuando parpadeaba parecía que iban a echar a volar y... ¿a qué ha dicho que se dedica? [Respuesta.]
Ah, escribe para ese periódico; sí, lo traen al asilo, por ahí debe estar, en alguna mesa de la sala de televisión. A mí la vista ya no me da para leer. Mi amigo Paco leía a veces para los dos, sí, un poco el periódico y un poco revistas de esas de ciencia, que le gustaban mucho. Creía que la ciencia conseguiría algún día que no envejeciéramos y que llegaríamos a ser inmortales. Paco se murió hace unos días; o quizá semanas, perdone mi caprichosa memoria; ¿cómo ha dicho que se llama? [Respuesta.] Qué nombre tan bonito. Mi madre se llamaba igual. Mi madre era muy guapa e inteligente. Tenía unos ojos grandes que parecían alas de águila. Mi madre se murió hace unos años; bueno, quizá hace muchos años, claro, perdone mi caprichosa memoria... ¿Y a qué ha dicho que se dedica? [Respuesta.] Ah, sí; mi amigo Fernando leía ese periódico todos los días, le gustaba mucho, sobre todo las columnas de política. Estaba enfermo de leer las columnas de política. Le gustaba mucho leerlas, pero se ponía enfermo; curioso, ¿no le parece? Compartíamos habitación aquí en el asilo. Se murió hace unos meses; o quizá hace unos días, no sé, mi memoria es un poco caprichosa, me revuelve la vida. ¿Y cómo ha dicho que se llama? [Respuesta.] Qué nombre tan bonito. Aquí en el asilo trabajaba una muchacha que se llamaba así. Tenía unos ojos, créame, como dos alas de águila abiertas de par en par. Era muy guapa e inteligente. Murió el mes pasado; ¿o fue el anterior? Perdóneme, pero esta memoria mía es como un diario mordido por los perros ¿Y a qué ha dicho que se dedica? [Respuesta.] Ah, sí, escribe una columna para ese periódico. Yo ya no puedo leer. Los jueves me leía cosas sobre el pueblo un muchacho que venía de voluntario. Era muy simpático y atento. Venía en una moto. Se murió hace más o menos medio año; creo que chocó contra algo que segundos antes no estaba ahí. ¿Y cómo ha dicho que se llama? [Respuesta.] Qué bonito nombre. Mi mujer se llamaba igual. Tenía unos ojos enormes como alas de águila abiertas antes de echar a volar. Ella era muy guapa e inteligente. Tenía una teoría, decía que el cielo es una enorme caldera que no puede apagarse, una caldera inimaginable que funciona quemando almas, ¿me explico? Decía que Dios tiene que echar almas a la caldera continuamente y en cantidades millonarias para que no se apague, porque se supone que si se apaga ocurrirá algo catastrófico. Pero en realidad nadie sabe qué ocurrirá si se apaga. Decía que Dios no para de echarle almas más que nada por el miedo a lo que pueda pasar, ¿sabe? Igual se apaga y no pasa nada. Igual se apaga y nos convertimos en inmortales como creía mi amigo Paco. Mi mujer se murió hace unos días; ¿o quizá fue ayer? No me haga mucho caso; es que esta memoria mía está podrida como una momia abandonada en medio de un secarral.