«Elusiones del amor» (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)
En el corazón tenía la espina de una pasión. Logré arrancármela un día: ya no siento el corazón. Antonio Machado.
No te conviertes en anarquista por una elusión del amor
La sentencia lanzada por Pietro no por artera le había hecho mella a Giovanni. Estaba decidido a confrontar el recuerdo de Eleonora como pudiera y entrar compulsivamente en la reunión de los anarquistas fue el primer paso de su alocada carrera.
Luego de hacer asiento allí y perderse entre las arengas de los más avezados en los textos de propaganda salió como un sonámbulo a arrojar sus pasos ligeros por las callecitas empedradas del pueblo.
Sus ojos azules estaban humedecidos por el peso de pasiones complejas e indefinidamente contenían el llanto
A los lejos el eco de las pisadas de los cascos de un caballo se yuxtapuso con el rechinar de los neumáticos de algún automóvil que velozmente se proponía unir todas las distancias en la profundidad de la noche.
Pero Giovanni ni siquiera escuchaba todas estas señales, la maldad de Eleonora lo tenía demasiado conmovido. ¡Maldita mujer! Y había que sentirlo así, visceral y brutalmente.
Por qué había calculado qué decirle Justo a él que no sabía de medias tintas, que arrebatadoramente vivía la vida sin guardarse nada para después. En cambio la muchacha, vaya clasecita que le dio de lo que era conveniente hacer y por qué.
Mientras ella hacía cálculos él veía sus ojos endiabladamente bellos, los mohines altaneros de su boca sabedora de todas las pasiones que alentaba, y la desgracia superlativa en que se vería sumida su existencia por no poder tenerla nunca.
Giovanni desesperó y se dijo que aún congregando los espíritus de sus ancestros y la fuerza de los dioses del Olimpo, por más anacronismos que le sugirieran, no lograría dar forma a la conjura que hallara el audaz sortilegio que andaba precisando para lograr el amor de Eleonora.
Por eso cuando advirtió la magnitud de su lucha desigual, pensó que se arrojaría a las compuertas del destino, navegaría por aguas azarosas , atravesaría corrientes inciertas y vería a su madona como el espectro errante de un mal sueño.
Después de vagar toda la noche buscando una puerta entreabierta para proseguir su elusión desesperada, terminó arrojándose en el pórtico de una iglesia consagrada a Santa Catalina.
Se durmió como un lirón, pescando un tremendo enfriamiento. Cuando las luces del alba permitieron su descubrimiento algún comedido lo depositó en la puerta de su casa y le tocó a su madre Regina lidiar con el estropajo al que se veía reducido su hijo.
Pero Giovanni sorpresivamente quedó sumido en un absoluto mutismo. En varios días no profirió palabra. Y cuando por fin lo hizo ya tenía acomodaba sus pertenencias en una maleta sólo para decir adiós.
Aún no se había olvidado de Eleonora, sin embargo, otras geografías iban a ser testigo de su infortunio. Era digno que al menos pudiera elegir eso, mientras acomodaba el espíritu a la finitud de nuevas experiencias y ciertas emociones libraban una batalla sorda persistiendo en su inmutabilidad.