Empecé a mentir para evitar responsabilidades y engorrosos enfrentamientos
Tiene que creer lo que le digo, Padre. Toda mi vida he mentido, pero le juro que ahora le estoy contando la verdad sobre lo que ha pasado. Todo ha sido un desafortunado malentendido. ¿Qué sentido tendría que mintiera estando así, quemado en el 80% de mi cuerpo, quizá a poco de morir, y aclamado como un héroe? ¿Por qué querría cambiar la versión oficial y renunciar al clamor y aceptación popular que he perseguido toda mi vida?
Le cuento la verdad, Padre, porque estoy cansado, y tengo miedo, y no quiero morir siendo un fraude. [Test de Glasgow. Apertura de los ojos: ausente. Respuestas motoras: ausentes. Respuestas verbales: ausentes.] El fuego no solo ha abrasado mi yo físico, sino que ha calcinado todas mis defensas psíquicas. Siento tanto dolor, a pesar de la morfina y los cuidados médicos, que deseo confesarle la verdad para reparar algo de este pecado insoportable. [Intubación endotraqueal. Sonda urinaria. Sonda nasogástrica.] Padre, empecé a mentir, cuando era un niño temeroso y asustadizo, para evitar responsabilidades y engorrosos enfrentamientos, y ya adulto, convertí mis mentiras en un instrumento sofisticado para conseguir de los demás ventajosas y congruentes opiniones y un reconocimiento servil. Falsedad tras falsedad me fui construyendo un venerable rostro ante la comunidad, una máscara profiláctica que me permitía ocultar mi verdadera naturaleza mientras ascendía socialmente. El escaño en el Parlamento, el sillón en la Academia, los premios y honores Reales, todo lo he conseguido disfrazado de falso valor y sentido común. Pero debajo de ese disfraz sentía un terror bíblico a ser descubierto, a que todos se dieran cuenta de que era un fraude edificado con ingentes cantidades de fingimiento, afectación y temor. [Analgesia y sedación. Inmunización antitetánica.] Como un autómata he arrastrado esa doble vida interior (porque exteriormente no me permitía ni el más mínimo desliz; incluso desarrollé un método para controlar lo que soñaba e impedir que en un duermevela se me escapara alguna frase que pudiera poner en peligro mi mascarada), hasta que esta tarde me he visto envuelto en el desafortunado incendio de los grandes almacenes. Padre, le juro que, a pesar de lo que se dice por ahí y se han apresurado en afirmar los depredadores de la prensa, no he hecho nada heroico. Estaba rodeado de llamas por todas partes y sin nada con qué protegerme, sintiendo ese calor que no se puede describir y a punto de sucumbir al pánico total, cuando he visto a las dos niñas detrás de un mostrador. [Eliminación de ropas quemadas. Disposición de compresas con suero fisiológico templado sobre las quemaduras.] Le juro que no lo he dudado, Padre. Las he cogido con la única intención de utilizarlas como escudos contra el fuego y he salido corriendo mientras las llamaradas me mordían las piernas y la espalda. Le juro que si hubiera creído que para salir de allí con vida tenía que tirarlas a ellas al fuego, lo hubiera hecho sin pensar. [Los sanitarios abandonan la habitación. Uno comenta que, afortunadamente, las niñas se salvarán. Otro murmura un héroe
] ¿Cómo dice, Padre? Sí, todo el mundo cree que las he salvado; y quizá en realidad lo he hecho, pero no era eso lo que buscaba. Como siempre, solo quería salvar mi pellejo. Me siento raro, Padre, como si estuviera muy lejos. ¿Y por qué su cabeza no tiene orejas?