En busca del clásico perdido
Abandonad toda esperanza, salmo 256º
Durante mucho tiempo, me acosté temprano. No lo digo yo, lo dice el protagonista de En busca del tiempo perdido: con frase tan anodina, y por ello tan lógicamente mítica como la de Gregor Samsa o la de Aureliano Buendía (el personaje de García Márquez, no el columnista de esta santa casa), arranca el primer volumen de la monumental obra de Marcel Proust, otro de esos clásicos que un servidor, y como él una legión de lectores, tiene pendiente desde hace lustros. Y es que no es tarea fácil meterse entre pecho y espalda los siete tomos de los que consta la obra; por ello, aprovecho mi costumbre de empezar los 365 nuevos días leyendo algún clásico incontestable, así como la reciente edición de DeBolsillo de un cofre con todos los volúmenes -que facilita el traslado uno por uno, ya saben, con el fin de leer en el tren-, para autoimponerme como propósito para el nuevo año dar buena cuenta de esta obra sobre el paso del tiempo. A ver si, efectivamente, el tiempo pasa y dentro de un año les puedo decir que cumplí con mi palabra y me la leí entera.
Un propósito que sí puedo decir ya que cumplí fue que el cambio de año me pillara leyendo Cerebus... algo que los que no leemos en inglés con la soltura que nos gustaría podemos hacer por vez primera ahora, después de muchos años durante los que el testarudo de Dave Sim se empeñó en que su obra no se tradujese al castellano. Finalmente ha sido la editorial Ponent Mon la que se ha llevado el gato al agua, y ya ha editado en nuestro idioma Alta sociedad, un volumen que puede considerarse sin mucho esfuerzo, junto con la publicación de "Los archivos de Steve Ditko" que ya les comenté hace un par de columnas, el acontecimiento editorial del 2010 en lo que a los cómics se refiere. Por si no lo saben, Cerebus es una historia kilométrica (la edición original alcanzó los trescientos números, si no recuerdo mal) que se originó como una parodia del Conan de Robert E. Howard -el protagonista es un bárbaro cerdo hormiguero (sic)- pero que luego evolucionó cuando su autor la usó a modo de autoterapia vertiendo en ella su vitriólica mirada acerca de la sociedad y la política contemporáneas. Una obra que hay que leer de todas todas.
Y en cuanto al cine... para empezar este 2011 convocando los mejores augurios repasé algunos de los clásicos que tenía pendientes, y elegí Días sin huella, considerada unánimemente como la mejor película que se ha hecho en Hollywood sobre el alcoholismo. No es que no la hubiera visto en sentido estricto, pero cuando la vi creo que era tan joven como para no saber siquiera que alcoholismo se escribía con hache intercalada, así que era como si no la hubiese visto. Por cierto: luego caí en la cuenta de que también de su director, Billy Wilder, fue el film que elegí para empezar el año pasado: Traidor en el infierno. A ver si mi estimado jefe, el director de esta publicación, va a tener razón y debería dejar un hueco al Dios de Fernando Trueba entre mis diez cineastas de cabecera.
En busca del tiempo perdido y Alta sociedad están editados por DeBolsillo y Ponent Mon respectivamente.