Testimonios dados en situaciones inestables

En cualquier caso, después de esta conversación yo haré como que no la conozco

Lo que hacemos yo no lo definiría como perverso. Visto con perspectiva, tendrá que reconocer que es lógico que a nuestra edad los grandes principios hayan dejado de tener la trascendencia absoluta que pretenden los guardianes de la sociedad, y no esperemos gran cosa de la vida; como decía el poeta, “no hay nada que compense menos que hacer proyectos de futuro”. Y de eso sabemos mucho los viejos.
Cuando el porvenir es algo parecido a un chiste, el amplio y rígido destello de influencia de la moral y la ley, del deber y la justicia, de lo que debe hacerse y lo que no, se reblandece como unos pechos arrasados por el tiempo y la fuerza de gravedad o un pene flácido como una mascota recién muerta. Si le sorprende o le incomoda que una vieja hable así, puede usted colgar el teléfono. En cualquier caso, después de esta conversación yo haré como que no la conozco. Pero le advierto que si cuelga se perderá una de las revelaciones más extraordinarias que nunca escuchará; aunque nadie la creerá si la cuenta. Todos los miembros que formamos parte de este colectivo secreto, y le adelanto que somos millones, estamos perfectamente entrenados para negar lo innegable y cumplir nuestros objetivos. Gozamos de una memoria impecable y de unas condiciones físicas óptimas. En cierto modo nos consideramos unos elegidos, ya que es verdad que hay cientos de miles de ancianos que están realmente afectados por los inmisericordes e injustos achaques de la edad. Pero precisamente por eso, los que todavía nos mantenemos dignamente en pie apuramos con más embriaguez nuestras últimas fuerzas para divertirnos un poco y extender nuestro programa de estoicismo.

[Un pícaro estiramiento facial pliega las arrugas alrededor de su boca como a una sábana en domingo por la mañana.] Escuche con atención. En primer lugar le diré que muchas de las cosas que usted ve en los viejos no son lo que parecen. Nuestro colectivo lleva décadas realizando una acción global encaminada a desvirtuar la realidad, con el sano y delicado propósito de que los individuos todavía no ancianos de la sociedad vayan robusteciendo su carácter, mantengan una tensión creciente, no pierdan la perspectiva y maduren sus ideales sobre la propia vejez. Y el sistema es sencillo: [abre los ojos como si cupiera en ellos la Enciclopedia Británica] fingimos. Sí, ya me imagino su cara de sorpresa. Simplemente fingimos todo aquello que los individuos todavía no ancianos más temen o desprecian de nosotros: Salimos de casa y nos perdemos; compramos la mitad de las cosas o las que no eran necesarias cuando nos mandan a la tienda; repetimos frases sin sentido o nos irritamos por tonterías; nos meamos en la cama poniendo cara de no sé qué me estás diciendo; utilizamos nombres de gente muerta para llamar a los parientes. Los más experimentados podemos fingir procesos completos de demencia o alzheimer durante años, llevando a nuestros familiares a umbrales de sacrificio y resignación desconocidos para ellos. No es crueldad. Es argamasa para seguir construyendo un mundo que [se abre la puerta -e inmediatamente Justina adquiere el enroscamiento de un vegetal cultivado en el inframundo, con una baba que se le desliza por la comisura- y entra una joven diciendo ¡Abuela! Ya Te Ha Dicho Mamá Que No Toques El Teléfono; Sí, “Eso” Es El Teléfono. ¡Qué Paciencia Hay Que Tener!].

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