Apaga y vámonos

En el ojo del huracán

Cosas de la modernidad, en lugar de viajar en el espacio, este año me ha dado por viajar en el tiempo, ya que ésa es la sensación que le queda a uno cuando aterriza en la última dictadura comunista de occidente, situada en la década de los 60 del pasado siglo XX.
Paradójicamente, en lugar de encontrarme con marchas militares y controles policiales por doquier (algo que, al parecer, se lleva más en el mundo “libre” y los alrededores de los “macroconciertos”), lo primero que descubre uno es a un pueblo muy culto, circunstancia que no puede ser ajena a un sistema educativo gratuito y obligatorio o a las continuas campañas de alfabetización, que han conseguido que Cuba presente el menor índice de analfabetismo de todo el continente, vecinos ricos del norte incluidos. Lamentablemente, el capital humano no se corresponde con los medios materiales: hay escuelas, hay profesores… pero no hay dinero ni para comprar lápices o libretas.

Esperando la nacionalización forzosa de los pocos euros que llevaba encima o la expropiación de mis camisetas por contener mensajes contrarrevolucionarios, llega la segunda sorpresa, en este caso sanitaria, pues con asombro descubro que los médicos cubanos son de los mejor valorados del mundo, hasta el punto de que gentes de todas las latitudes del globo acuden a estudiar a sus facultades mientras que 20.000 doctores “autóctonos” están ejerciendo la medicina en cualquier rincón del planeta. Pero toda cara tiene su cruz: atacado por el jet-lag intento conseguir un paquete de aspirinas, lo que resulta harto complicado. Imagínense lo que costará conseguir que te hagan un TAC.

Me echo entonces a la calle en busca de esa miseria que me haga sentir “superior” –la que pueden encontrar en Brasil, Marruecos o los suburbios de Madrid o Villena–, a la búsqueda de niños esnifando cola o jóvenes destrozados por el crack, pero sólo encuentro un lugar donde todo el mundo tiene derecho a una vivienda y garantizada su subsistencia alimentaria gracias a las cartillas de racionamiento. No obstante, otra vez la cruz: la gente no se conforma con sobrevivir, quiere vivir, y por eso todo está en venta: bienes, servicios, cuerpos, almas…

Mientras compruebo que los viejos, quienes conocieron los estragos de la dictadura de Batista, adoran a Fidel; que la gente de mediana edad, que no ha conocido otra realidad, entona el “que me quede como estoy”; y que los jóvenes, que han visitado otros mundos a través del satélite, están hasta las narices del dictador, el ejército toma las calles, ahora sí, porque el temido huracán Ike se acerca a La Habana. La sociedad se moviliza, la gente es evacuada, pasa el ciclón y deja tras de sí un rastro de 7 muertos (un árbol caído, un cable de alta tensión pisado…) en un país pobre de solemnidad, mientras que días después, y con menor intensidad, ese mismo fenómeno alcanza el país vecino –asquerosamente rico y con todos los medios materiales a su alcance– para destrozar todo a su paso y llevarse más de 50 vidas con él.

Es paradójico. Es curioso. Da que pensar.

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